jueves, 4 de diciembre de 2008

Elisa Irina Sáenz Garza

En mi oficio es muy mal visto sentir pesar o conmoción por los muertos de los que uno se ocupa, porque para guardar el famoso "tono académico" uno tiene estrictamente prohibido hacer estas confesiones tan escandalosas... Sin embargo, una fuerza superior me impele a decir que una maestra de kínder cuyo nombre no aparece en ningún libro de historia y a la que poquísima gente recuerda, es el personaje histórico que más lágrimas me ha arrancado en la vida.
El primer día que visité el Archivo General de la Nación, buscando información sobre las Fuerzas de Liberación Nacional, encontré de súbito doce hojas que contenían una declaración arrancada bajo tortura, con una firma al margen: una hermosa y trémula caligrafía que consignaba la existencia de Elisa Irina Sáenz Garza. Sus desventuras me hicieron un nudo en la garganta, pero no pude evitar sonreir de oreja a oreja cuando leí que el primero de diciembre de 1973 había contraído matrimonio revolucionario con Raúl Enrique Pérez Gasque. Ese día, llegando a mi casa, cargada de sentimientos encontrados, tomé la decisión histórica de mandar al demonio mi investigación de dos años sobre el Partido Comunista Mexicano para dedicarme, de planta, al estudio de las FLN. Era un primero de diciembre de 2003.
Dieciséis días más tarde conocí a otra mujer extraordinaria autodenominada Elisa en honor a mi personaje. Ella me dio un panorama más completo de la tragedia de Lichita. Lloré entonces por el hecho brutal de su desaparición y, en los cuatro años siguientes, lloré por la sevicia con la que fue separada de su esposo (violada multitudinariamente frente a él), lloré por imaginarla encerrada en una sórdida prisión clandestina, lloré por todos los años en que aquellos que la amaban la buscaron, lloré por no poder encontrarla, pese a haberla buscado en cada palmo de la selva, lloré porque ella no significaba nada para casi nadie, pese a su inefable belleza moral, lloré cuando la vida me dio el privilegio de conocer a su madre, porque en ese momento sentí que ella y yo éramos las únicas que podíamos sentir en el alma la dimensión de su sacrificio, y ahora lloro de puro acordarme.
Supongo que este caso me conmovió tanto porque Elisa y yo teníamos, diacrónicamente, la misma edad: a los 24 años ella pasó a la clandestinidad y yo inicié mi investigación, a los 28 ella fue desaparecida y yo di por terminada mi búsqueda. Sentí que esa mujer había vivido la vida de aventuras románticas que a mí me hubiera gustado... la suya tuvo un final tristísimo y la mía tiene una tristeza de fin del mundo.
Ella no dirigió ningún ejército ni libró grandes batallas, ni siquiera escribió algo por lo que pudiera haber cobrado notoriedad. "Simplemente" renunció a tener una vida propia, con la esperanza de cambiar este país de la raíz a la punta. Acto de heroísmo extremo que ahora nadie duda en calificar de fútil y descabellado, aunque en lo más profundo de mí sé que si hubiera más Elisas Irinas este mundo ¡sería tan distinto!
La evaporación de la ética, el triunfo del individualismo a ultranza, el darwinismo social, la apatía radical hacia la acción colectiva, la insensibilidad absoluta hacia el dolor ajeno, todas este espeluznante derrumbe de lo comunitario, me hacen voltear a un pasado que nunca viví, con una ardiente y anacrónica nostalgia.
Elisa Irina fue una de tantas, pero para mí única. Después de cuatro años de escuchar sordideces y confrontarme con lo peor de la humanidad, la ternura que irradiaban los relatos de quienes la conocieron, me ayudó a recuperar la fe en el potencial transfomador del amor al prójimo. Como lo escribí en este blog ahí, donde la gente es capaz de amar de esa manera, puede florecer la esperanza. Me aferro a esa esperanza porque es lo único que nos mantiene vivos, verdaderamente vivos, a los que luchamos por hacer realidad la posibilidad de otro mundo.
He aquí un fragmento elemental de la identidad de Lichita.


ELISA IRINA SÁENZ GARZA (A) RENÉ, BLANCA, MURCIA

Nació el 5 de diciembre de 1946 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Era hija del doctor Mateo Armando Sáenz Treviño y de la profesora Elisa Garza Sepúlveda. Llevó a cabo sus estudios elementales y medios en el Instituto Laurenz y en la Preparatoria No. 1 de la Universidad de Nuevo León. Tomó un curso de secretariado en español y finalmente se inscribió en la Normal de Educadoras “Laura Arce”, donde se graduó como maestra de Jardín de Niños a mediados de 1967. Desde 1966 comenzó a trabajar en el Jardín de Niños “Venustiano Carranza”, en el que permaneció hasta mediados de 1971.
Desde 1960, Elisa entró en contacto con el grupo de amigos de su hermano Mario Alberto y estuvo cerca de ellos cuando participaron en el MLN y el IMCRC. De éste último fue la encargada de finanzas y llegó a ser su presidenta, por lo que viajó a Cuba a fines de 1968 y principios de 1969. No participó en la fundación de las FLN, pero fue la primera mujer en ingresar al grupo y su enlace con Raúl Sergio Morales Villarreal en septiembre de 1969 inauguró el ritual del matrimonio revolucionario en el seno de su organización. Fue responsable de la red urbana de Monterrey, N.L. entre 1969 y 1970 y de la de Villahermosa, Tab. entre 1972 y 1973. Pasó a la clandestinidad en 1971, cuando la policía descubrió la existencia de las FLN. Fue la primera mujer en ser admitida al NGEZ y contrajo matrimonio con Raúl Pérez Gasque en diciembre de 1973. Sus compañeros la relegaron a “labores propias de su sexo” por ser la única mujer del grupo, pero la autorizaron a tomar parte en el arduo entrenamiento militar. Con motivo de la Operación Diamante, fue detenida el 21 de marzo en Santa Rita, mpo. de Ocosingo y llevada al Campo Militar No. 1 en la Ciudad de México, donde fue desaparecida. Su caso fue acreditado por la CNDH en el 2001.[1]


[1] 140-U, Caso de la señora Sáenz Garza Elisa Irina, Exp. CNDH/PDS/90/CHIS/S00005.000 en: http://www.cndh.org.mx/lacndh/informes/espec/desap70s/expedientes/URBANA/fr_urbana.htm, fecha de consulta: 10 de marzo de 2008.

martes, 2 de diciembre de 2008

Lucio Cabañas Barrientos


Este día se cumplen 34 años de la caída en combante de Lucio Cabañas Barrientos, el guerrillero de los pobres. Sirva esta pequeña semblanza biográfica para honrar la memoria de uno de los hombres que más falta ha hecho al pueblo de Guerrero en sus luchas emancipatorias.


LUCIO CABAÑAS BARRIENTOS

Nació el 15 de diciembre de 1936 en El Porvenir, municipio de Atoyac de Álvarez, una de las regiones más atrasadas del estado de Guerrero. Provenía de una familia de caficultores y desde niño trabajó en el campo. A temprana edad desarrolló inquietudes políticas, debido a que su entorno familiar y social contaba con una larga tradición revolucionaria.
Entre 1956 y 1963 cursó la secundaria y la carrera magisterial en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Gro. y se convirtió en líder estudiantil. En 1960 comenzó a destacar como dirigente local en el movimiento encabezado por el maestro Genaro Vázquez Rojas y la Asociación Cívica Guerrerense para derrocar al gobernador del estado Raúl Caballero Aburto y en 1962 fue elegido Secretario General de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México.
En 1963, en Mezcaltepec, luchó contra las compañías forestales que explotaban la sierra de Atoyac. En 1965, como maestro de la escuela primaria “Modesto Alarcón” en Atoyac, impulsó la remoción de la directora del plantel por abuso de autoridad. El mismo año ingresó al Partido Comunista Mexicano, participó en el Movimiento Revolucionario del Magisterio y en la conformación de la sección regional de la Central Campesina Independiente. Su militancia le valió ser transferido a una escuela en Durango en 1966, aunque su intervención en las movilizaciones sociales de la entidad precipitó su regreso a Guerrero.
En 1967 asesoró un movimiento contra la directora de la primaria “Juan Álvarez” de Atoyac y, durante un mitin en la plaza cívica del lugar (18/V/67) la policía judicial intentó asesinarlo, produciéndose un tumulto en el que murieron siete personas. Cabañas se ocultó en la sierra, con el fin de preparar una guerra de guerrillas que impulsara la “revolución de los pobres contra los ricos”. El núcleo armado que formó adoptó el nombre de Brigada Campesina de Ajusticiamiento (BCA) y sus bases de apoyo clandestinas el de Partido de los Pobres (PdlP).
La experiencia guerrillera tuvo tres etapas: 1) la autodefensiva y de organización de las bases de apoyo (1967 – 1969), 2) la de obtención de recursos a través de asaltos bancarios y secuestros (1970 – 1971) y 3) la ofensiva, de ataques a objetivos militares (1972-1974). Diversas campañas contrainsurgentes emprendidas por el ejército mexicano condujeron al parcial aniquilamiento del grupo armado. La acción más destacada de la guerrilla fue el secuestro del candidato oficial a gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, a mediados de 1974. El ejército liberó a Figueroa, el núcleo armado fue cercado y Cabañas cayó en un enfrentamiento en El Otatal, municipio de Tecpan de Galeana, Gro. el 2 de diciembre de 1974. Existe una polémica acerca de si se suicidó o fue alcanzado por las balas enemigas. Al menos cuatrocientos campesinos acusados de ser partidarios del grupo de Cabañas, fueron detenidos-desaparecidos entre 1972 y 1978.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El Weathermen Underground: Guerrilla o gringos privilegiados que quieren sentirse revolucionarios?

Slate Magazine
"Notes From the Underground"
A documentary about the Weathermen shows how far we've come since the '60s.
By David Greenberg


The U.S. Capitol was spared a violent attack on Sept. 11, 2001. But as you have probably forgotten, it was bombed 30 years earlier. In the middle of the night on Feb. 28, 1971, a blast tore apart a ground-floor bathroom. The bomb harmed no one, but it struck fear in Washington and around the country, triggering calls for tighter security and a swift crackdown on anti-war radicals. This was a period when bombs and bomb scares were a daily part of American life and when President Nixon and White House aides exchanged memos warning of the onset of anarchy in the United States.

The Capitol bombers belonged to the militant left-wing organization known as the Weather Underground, who at the time enjoyed a certain mystique for their bravado and their willingness to test the limits of revolutionary ideology. A new documentary, The Weather Underground, directed by Sam Green and Bill Siegel, traces the life and death of the organization. Full of fascinating vintage footage and interviews with former members of the Underground, the film manages to convey the reasons for that mystique—even as it recognizes how Sept. 11 has made their crusade even less appealing than it was at the time.

Taking its name from the lyric in Bob Dylan's "Subterranean Homesick Blues" ("You don't need a weatherman/ To know which way the wind blows"), Weatherman splintered from the mass youth organization Students for a Democratic Society in 1969. (Weatherman became the "Weather Underground" when it retreated from public view.) The group staked out the most extreme-left position in a student movement that was hurtling leftward. Although always numerically tiny, the cadre's members were charismatic, provocative, articulate, and intelligent. They commanded news media attention (at the expense of other leftist groups) with their brash rhetoric, violent actions, and, in the eyes of many, romantic allure. Coming mostly from affluent backgrounds, they seemed almost "to the manner born," in the words of Todd Gitlin, the former SDS president who appears in the film to deplore how they hijacked the remains of his once-proud (and vast) organization. Chic radicals, they seemed to treat their violence at once as very serious business and as kind of a lark.

Weatherman rationalized militancy as the only recourse remaining to combat an unjust system. Like millions of other Americans, its members were frustrated with seemingly scant gains after years of reform efforts, despondent over the government's violent clampdown on dissenters, and enraged at the horrors of the unending Vietnam War. As a reminder of just how horrible Vietnam was, we're shown the videotape of a coldblooded military execution of a Viet Cong soldier—a famous image usually seen only as a still photo. The footage, part of a grisly Vietnam montage, helps make the frustration and rage—though not the vicious ideology it bred—comprehensible.

In the film, Naomi Jaffe, one of the group's more eloquent and analytical members, argues that to have watched passively in the face of the U.S. government's own violence itself constituted a form of violence, or at least an endorsement of it. Far from instigating the brutality, she argues, Weatherman was responding to it in kind. Somewhere in there, there's a germ of a sound position. If the United States were actually a tyranny, for example, then armed rebellion could be justified.

But even in the feverish late 1960s—and even to naive, action-hungry kids—Weatherman's argument was a tough sell. The failure of the "Days of Rage," a planned attack on Chicago's moneyed Gold Coast and showdown with the hated Daley police force, was a case in point. Planned for October 1969, the event wound up drawing not the expected thousands but just a couple hundred militants. As the motley gang assembled before a bonfire, Bill Ayers, a Weatherman leader, recalls in the film that he was overcome by a "secret feeling that someone would come rescue us from what we were about to do." If only. They proceeded to wreak random violence in the Chicago streets and get arrested en masse. The main results: They alienated themselves from potential allies like the Black Panthers and furnished Richard Nixon with cheap ammunition for his rhetorical assaults on anti-war protesters.

The well-bred Weatherman leaders, miscomprehending the origin of their own radicalism, somehow imagined that working-class kids would embrace their extremist creed more readily than bourgeois college students. From Seattle to Detroit to New York, they set up urban communes as bases for organizing the would-be rank and file of the revolution, but predictably they failed to rouse the proletariat. So they turned to what even they themselves now recognize as terrorism. They began building bombs to detonate at sites of their purported oppressors, like a hall in Fort Dix, N.J., that would be hosting an Army dance. But on March 6, 1970, the bomb meant for the American soldiers went off prematurely, blowing up the Greenwich Village town house where its violence-drunk manufacturers were living. Three of them were killed.

The group then went underground and decided to target only empty buildings. For the next years, they bombed sites from the New York police headquarters to a Harvard international-studies center—making sure, Ayers and others stress, to send advance warnings before exploding the weapons. This meager gesture toward decency, however, loses its ostensible honor when you realize that innocents easily could have failed to evacuate in time. Indeed, apart from a high-profile caper of springing LSD advocate Timothy Leary from prison at the behest of (and $20,000 bequest of) a counterculture group called the Brotherhood of Eternal Love, the Underground spent most of the '70s hiding from the FBI between its bombings of corporate offices, National Guard headquarters, and the like.

By the late '70s and early '80s, the radicals were tired of living on the lam and began to turn themselves in to authorities. Ironically, because Nixon's FBI had so egregiously violated the law in gathering evidence against them in the first place, most escaped conviction. (However, one Weather alumnus, David Gilbert, joined another group called the Black Liberation Army, participated in a robbery that killed three men, and was sentenced to 75 years in prison—where the filmmakers interviewed him.) Although some alumni, like Ayers, seem to be still justifying their actions (as Slate's Tim Noah noted in 2001), others show a range of emotions over their past, from Mark Rudd's confusion and ambivalence to Janet Whitehorn's regret over her deference to the group's more resolute and violence-bent leadership.

Probably the most compelling of the interviewees is Brian Flanagan, whose name, unlike Ayers', Rudd's, or Bernardine Dohrn's, may be unknown even to '60s buffs. (It was to me.) Now a tavern owner in New York—who padded his income a bit recently by winning $23,000 on Jeopardy—Flanagan shows real anguish as he reflects on the Underground. The only person in the film to invoke Sept. 11, Flanagan compares himself and his former comrades to Islamist terrorists and to Timothy McVeigh, suggesting that all shared the conviction that their own knowledge of what was right for society entitled them to break laws, to kill, to engage in terrorism. He is not particularly eloquent, especially compared to some of his more "glamorous" co-conspirators, but he stumbles onto the film's more profound utterances. "When you feel that you have right on your side," he says at one point, "you can do some pretty horrific things."

For decades, the '60s has haunted all aspects of our politics, culture, and society. But watching The Weather Underground, one wonders if we have finally entered a decisively post-'60s period. The massive opposition to the war, the public appetite for social reform, the heady feeling that positive change was just around the corner—all now seem dim. And after Sept. 11, whatever romance was once attached to these hard-core militants seems all the more shallow, a symptom of a distant historical moment.

Yet a montage near the film's end also complicates any easy lessons. The filmmakers commingle images of a gloating Ronald Reagan, snippets from a Jane Fonda workout video, and a tape of Abbie Hoffman mocking apathetic '80s students and warning us not to trust anyone under 30. The revolutionary energy of the 1960s, in the end, was defused rather easily—perhaps too easily. Something is lost when a political culture lacks a vibrant left. Of course, the Weather Underground was never that left-wing. On the contrary, with their glib rationalizations, their equation of bad government with irredeemable government, and their casual terrorism, these radicals mostly just helped to finish off the left.

sábado, 8 de noviembre de 2008

RAÚL ENRIQUE PÉREZ GASQUE

El verano pasado falleció la señora Elsie Gasque, madre de Raúl Pérez Gasque, quien tiene el nada ostentable título de ser el único desaparecido yucateco de la guerra sucia mexicana. Recibí la noticia con mucho pesar, pues había prometido a doña Elsie que haría todo lo humanamente posible por investigar dónde estaba su hijo. No pude cumplir con mi palabra. El Estado mantiene secuestrado a Raúl, en cuerpo y memoria. Mis habilidades detectivescas me sirvieron muy poco para esclarecer qué había pasado con "Alfonso" y su esposa "Murcia" entre el inicio de la Operación Diamante, a mediados de febrero y su detención, a fines de marzo. Sin embargo, puedo asegurar que pocos casos de "héroes anónimos" me despertaron semejante frenesí investigativo, y no me avergüenza admitir que el transfondo de ese interés fue su historia de amor. Un amor breve pero intensísimo, sellado por un destino común y eterno. Puede no ser más que una apreciación subjetiva de mi parte, pero estoy convencida de que con las descripciones de aquellos fríos documentos en lenguaje policiaco de la DFS se puede hacer un ejercicio arqueológico que nos permita aproximarnos a esa comunión y a esa vehemencia con la que la pareja de jóvenes revolucionarios peleó hasta el final para impedir la muerte de su utopía. Me rindo ante su estatura moral y sé que este pequeño escrito perdido en la inmensidad del cyberespacio no es ningún homenaje digno a su memoria, pero a través de pequeñas acciones como ésta, alguien más que yo puede voltear la mirada hacia la belleza de su lucha y su sacrificio. Sirva pues esta semblanza biográfica para recordar el cumpleaños de Raúl Enrique quien, casualmente, nació el mismo día que el revolucionario yucateco Felipe Carrillo Puerto.


RAÚL ENRIQUE PÉREZ GASQUE (a) “MIGUEL”, “ALFONSO”
Nació en la ciudad de Mérida, Yucatán, el 8 de noviembre de 1947. Era hijo del Ing. Héctor Pérez Torres, quien ocupó diversos cargos en la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, y de la señora Elsie Gasque, descendiente de una connotada familia de hacendados yucatecos de la llamada “casta dorada”. Cursó el bachillerato en la preparatoria de la Universidad de Yucatán, aunque interrumpió sus estudios por razones económicas. Después de trabajar una temporada en la Ciudad de México, regresó a Mérida y se incorporó al activismo estudiantil, resultando electo Oficial Mayor de la Sociedad de Alumnos de su preparatoria. A través de este organismo, en 1968 apoyó el movimiento estudiantil de la Ciudad de México. Por su cuenta, hizo trabajo social entre las comunidades indígenas aledañas a Mérida, entre las que recibió el apodo de "El Santito".
Tras la represión al movimiento estudiantil, pasó a la clandestinidad y se incorporó al Ejército Insurgente Mexicano y más tarde participó en la fundación de las Fuerzas de Liberación Nacional y del Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata. El 1° de diciembre de 1973 contrajo matrimonio revolucionario con Elisa Irina Sáenz Garza (a) "Murcia". Se especializó en topografía y levantó diversos planos de las cañadas, que cayeron en poder del ejército, al comenzar la Operación Diamante en 1974. Protagonizó dos enfrentamientos con elementos del 46° y 57° Batallones de Infantería y el 21 de marzo fue detenido con su esposa por ejidatarios de Santa Rita, mpo. de Ocosingo, Chis., quienes los entregaron al ejército. Fueron trasladados por vía aérea al Campo Militar No. 1, en la Ciudad de México, donde fueron interrogados y desaparecidos. El último registro que se tiene de ellos corresponde al 9 de abril de 1974, fecha en la que la Dirección Federal de Seguridad elaboró su ficha signalética. La CNDH acreditó su desaparición forzada en el año 2001.[1]

Foto de su detención


[1] 124-U, Caso del señor Pérez Gazque (sic) Raúl, , Exp. CNDH/PDS/90/CHIS/S00004.000 en: http://www.cndh.org.mx/lacndh/informes/espec/desap70s/expedientes/URBANA/fr_urbana.htm, fecha de consulta: 10 de marzo de 2008.

viernes, 31 de octubre de 2008

Death Squads, Disappearances, and Torture -- from Latin America to Iraq
By Greg Grandin

The world is made up, as Captain Segura in Graham Greene's 1958 novel Our Man in Havana put it, of two classes: the torturable and the untorturable. "There are people," Segura explained, "who expect to be tortured and others who would be outraged by the idea."

Then -- so Greene thought -- Catholics, particularly Latin American Catholics, were more torturable than Protestants. Now, of course, Muslims hold that distinction, victims of a globalized network of offshore and outsourced imprisonment coordinated by Washington and knitted together by secret flights, concentration camps, and black-site detention centers. The CIA's deployment of Orwellian "Special Removal Units" to kidnap terror suspects in Europe, Canada, the Middle East, and elsewhere and the whisking of these "ghost prisoners" off to Third World countries to be tortured goes, today, by the term "extraordinary rendition," a hauntingly apt phrase. "To render" means not just to hand over, but to extract the essence of a thing, as well as to hand out a verdict and "give in return or retribution" -- good descriptions of what happens during torture sessions.

In the decades after Greene wrote Our Man in Havana, Latin Americans coined an equally resonant word to describe the terror that had come to reign over most of the continent. Throughout the second half of the Cold War, Washington's anti-communist allies killed more than 300,000 civilians, many of whom were simply desaparecido -- "disappeared." The expression was already well known in Latin America when, on accepting his 1982 Nobel Prize for Literature in Sweden, Colombian novelist Gabriel García Márquez reported that the region's "disappeared number nearly one hundred and twenty thousand, which is as if suddenly no one could account for all the inhabitants of Uppsala."

When Latin Americans used the word as a verb, they usually did so in a way considered grammatically incorrect -- in the transitive form and often in the passive voice, as in "she was disappeared." The implied (but absent) actor/subject signaled that everybody knew the government was responsible, even while investing that government with unspeakable, omnipotent power. The disappeared left behind families and friends who spent their energies dealing with labyrinthine bureaucracies, only to be met with silence or told that their missing relative probably went to Cuba, joined the guerrillas, or ran away with a lover. The victims were often not the most politically active, but the most popular, and were generally chosen to ensure that their sudden absence would generate a chilling ripple-effect.

An Unholy Trinity

Like rendition, disappearances can't be carried out without a synchronized, sophisticated, and increasingly transnational infrastructure, which, back in the 1960s and 1970s, the United States was instrumental in creating. In fact, it was in Latin America that the CIA and U.S. military intelligence agents, working closely with local allies, first helped put into place the unholy trinity of government-sponsored terrorism now on display in Iraq and elsewhere: death squads, disappearances, and torture.

Death Squads: Clandestine paramilitary units, nominally independent from established security agencies yet able to draw on the intelligence and logistical capabilities of those agencies, are the building blocks for any effective system of state terror. In Latin America, Washington supported the assassination of suspected Leftists at least as early as 1954, when the CIA successfully carried out a coup in Guatemala, which ousted a democratically elected president. But its first sustained sponsorship of death squads started in 1962 in Colombia, a country which then vied with Vietnam for Washington's attention.

Having just ended a brutal 10-year civil war, its newly consolidated political leadership, facing a still unruly peasantry, turned to the U.S. for help. In 1962, the Kennedy White House sent General William Yarborough, later better known for being the "Father of the Green Berets" (as well as for directing domestic military surveillance of prominent civil-rights activists, including Martin Luther King Jr.). Yarborough advised the Colombian government to set up an irregular unit to "execute paramilitary, sabotage and/or terrorist activities against known communist proponents" -- as good a description of a death squad as any.

As historian Michael McClintock puts it in his indispensable book Instruments of Statecraft, Yarborough left behind a "virtual blueprint" for creating military-directed death squads. This was, thanks to U.S. aid and training, immediately implemented. The use of such death squads would become part of what the counterinsurgency theorists of the era liked to call "counter-terror" -- a concept hard to define since it so closely mirrored the practices it sought to contest.

Throughout the 1960s, Latin America and Southeast Asia functioned as the two primary laboratories for U.S. counterinsurgents, who moved back and forth between the regions, applying insights and fine-tuning tactics. By the early 1960s, death-squad executions were a standard feature of U.S. counterinsurgency strategy in Vietnam, soon to be consolidated into the infamous Phoenix Program, which between 1968 and 1972 "neutralized" more than 80,000 Vietnamese -- 26,369 of whom were "permanently eliminated."

As in Latin America, so too in Vietnam, the point of death squads was not just to eliminate those thought to be working with the enemy, but to keep potential rebel sympathizers in a state of fear and anxiety. To do so, the U.S. Information Service in Saigon provided thousands of copies of a flyer printed with a ghostly looking eye. The "terror squads" then deposited that eye on the corpses of those they murdered or pinned it "on the doors of houses suspected of occasionally harboring Viet Cong agents." The technique was called "phrasing the threat" -- a way to generate a word-of-mouth terror buzz.

In Guatemala, such a tactic started up at roughly the same time. There, a "white hand" was left on the body of a victim or the door of a potential one.

Disappearances: Next up on the counterinsurgency curriculum was Central America, where, in the 1960s, U.S. advisors helped put into place the infrastructure needed not just to murder but "disappear" large numbers of civilians. In the wake of the Cuban Revolution, Washington had set out to "professionalize" Latin America's security agencies -- much in the way the Bush administration now works to "modernize" the intelligence systems of its allies in the President's "Global War on Terror."

Then, as now, the goal was to turn lethargic, untrained intelligence units of limited range into an international network capable of gathering, analyzing, sharing, and acting on information in a quick and efficient manner. American advisors helped coordinate the work of the competing branches of a country's security forces, urging military men and police officers to overcome differences and cooperate. Washington supplied phones, teletype machines, radios, cars, guns, ammunition, surveillance equipment, explosives, cattle prods, cameras, typewriters, carbon paper, and filing cabinets, while instructing its apprentices in the latest riot control, record keeping, surveillance, and mass-arrest techniques.

In neither El Salvador, nor Guatemala was there even a whiff of serious rural insurrection when the Green Berets, the CIA, and the U.S. Agency for International Development began organizing the first security units that would metastasize into a dense, Central American-wide network of death-squad paramilitaries.

Once created, death squads operated under their own colorful names -- an Eye for an Eye, the Secret Anticommunist Army, the White Hand -- yet were essentially appendages of the very intelligence systems that Washington either helped create or fortified. As in Vietnam, care was taken to make sure that paramilitaries appeared to be unaffiliated with regular forces. To allow for a plausible degree of deniability, the "elimination of the [enemy] agents must be achieved quickly and decisively" -- instructs a classic 1964 textbook Counter-Insurgency Warfare -- "by an organization that must in no way be confused with the counterinsurgent personnel working to win the support of the population." But in Central America, by the end of the 1960s, the bodies were piling so high that even State Department embassy officials, often kept out of the loop on what their counterparts in the CIA and the Pentagon were up to, had to admit to the obvious links between US-backed intelligence services and the death squads.

Washington, of course, publicly denied its support for paramilitarism, but the practice of political disappearances took a great leap forward in Guatemala in 1966 with the birth of a death squad created, and directly supervised, by U.S. security advisors. Throughout the first two months of 1966, a combined black-ops unit made up of police and military officers working under the name "Operation Clean-Up" -- a term US counterinsurgents would recycle elsewhere in Latin America -- carried out a number of extrajudicial executions.

Between March 3rd and 5th of that year, the unit netted its largest catch. More than 30 Leftists were captured, interrogated, tortured, and executed. Their bodies were then placed in sacks and dropped into the Pacific Ocean from U.S.-supplied helicopters. Despite pleas from Guatemala's archbishop and more than 500 petitions of habeas corpus filed by relatives, the Guatemalan government and the American Embassy remained silent on the fate of the executed.

Over the next two and a half decades, U.S.-funded and trained Central American security forces would disappear tens of thousands of citizens and execute hundreds of thousands more. When supporters of the "War on Terror" advocated the exercise of the "Salvador Option," it was this slaughter they were talking about.

Following U.S.-backed coups in Brazil, Uruguay, Chile, and Argentina, death squads not only became institutionalized in South America, they became transnational. Throughout the late 1970s and 1980s, the CIA supported Operation Condor -- an intelligence consortium established by Chilean dictator General Augusto Pinochet that synchronized the activities of many of the continent's security agencies and orchestrated an international campaign of terror and murder.

According to Washington's ambassador to Paraguay, the heads of these agencies kept "in touch with one another through a U.S. communications installation in the Panama Canal Zone which covers all of Latin America." This allowed them to "co-ordinate intelligence information among the southern cone countries." Just this month, Pinochet's security chief General Manuel Contreras, who is serving a 240-year prison term in Chile for a wide-range of human rights violations, gave a TV interview in which he confirmed that the CIA's then-Deputy Director, General Vernon Walters (who served under director George H.W. Bush), was fully informed of the "international activities" of Condor.

Torture: Torture is the animating spirit of this triad, the unholiest of this unholy trinity. In Chile, Pinochet's henchmen killed or disappeared thousands -- but they tortured tens of thousands. In Uruguay and Brazil, the state only disappeared a few hundred, but fear of torture and rape became a way of life, particularly for the politically engaged. Torture, even more than the disappearances, was meant not so much to get one person to talk as to get everybody else to shut up.

At this point, Washington can no longer deny that its agents in Latin America facilitated, condoned, and practiced torture. Defectors from death squads have described the instruction given by their U.S. tutors, and survivors have testified to the presence of Americans in their torture sessions. One Pentagon "torture manual" distributed in at least five Latin American countries described at length "coercive" procedures designed to "destroy [the] capacity to resist."

As Naomi Klein and Alfred McCoy have documented in their recent books, these field manuals were compiled using information gathered from CIA-commissioned mind control and electric-shock experiments conducted in the 1950s. Just as the "torture memos" of today's war on terror parse the difference between "pain" and "severe pain," "psychological harm" and "lasting psychological harm," these manuals went to great lengths to regulate the application of suffering. "The threat to inflict pain can trigger fears more damaging than the immediate sensation of pain," one handbook read.

"Before all else, you must be efficient," said U.S. police advisor Dan Mitrione, assassinated by Uruguay's revolutionary Tupamaros in 1970 for training security forces in the finer points of torture. "You must cause only the damage that is strictly necessary, not a bit more." Mitrione taught by demonstration, reportedly torturing to death a number of homeless people kidnapped off the streets of Montevideo. "We must control our tempers in any case," he said. "You have to act with the efficiency and cleanliness of a surgeon and with the perfection of an artist."

Florencio Caballero, having escaped from Honduras's notorious Battalion 316 into exile in Canada in 1986, testified that U.S. instructors urged him to inflict psychological, not "physical," pain "to study the fears and weakness of a prisoner." Force the victim to "stand up," the Americans taught Caballero, "don't let him sleep, keep him naked and in isolation, put rats and cockroaches in his cell, give him bad food, serve him dead animals, throw cold water on him, change the temperature." Sound familiar?

Yet, as Abu Ghraib demonstrated so clearly and the destroyed CIA interrogation videos would undoubtedly have made no less clear, maintaining a distinction between psychological and physical torture is not always possible. As one manual conceded, if a suspect does not respond, then the threat of direct pain "must be carried out." One of Caballero's victims, Inés Murillo, testified that her captors, including at least one CIA agent -- his involvement was confirmed in Senate testimony by the CIA's deputy director -- hung her from the ceiling naked, forced her to eat dead birds and rats raw, made her stand for hours without sleep and without being allowed to urinate, poured freezing water over her at regular intervals for extended periods, beat her bloody, and applied electric shocks to her body, including her genitals.

Anything Goes

Inés Murillo was definitely a member of Greene's torturable class. Yet Greene was writing in a more genteel time, when to torture the wrong person would be, as he put it, as cheeky as a "chauffeur" sleeping with a "peeress." Today, when it comes to torture, anything goes.

Ideologues in the war on terror, like Berkeley law professor John Yoo, have worked mightily to narrow the definition of what torture is, thereby expanding possibilities for its application. They have worked no less hard to increase the number of people throughout the world who could be subjected to torture -- by defining anyone they cared to choose as a stateless "enemy combatant," and therefore not protected by national and international laws banning cruel and inhumane treatment. Even former Attorney General John Ashcroft has declared himself potentially torturable, telling a University of Colorado audience recently that he would be willing to submit to waterboarding "if it were necessary."

Things are so freewheeling that Harvard law professor Alan Dershowitz -- who, at his perch at Harvard would undoubtedly be outraged if he were to be tortured -- thinks that the practice needs to be regulated, as if it were a routine medical act. He has suggested empowering judges to issue "warrants" that would allow interrogators to insert "sterile needles" underneath finger nails to "to cause excruciating pain without endangering life."

Pinochet, who didn't shy away from justifying his actions in the name of Western Civilization, would never have dreamed of defending torture as brazenly as has Dick Cheney, backed up by legal theorists like Yoo. At the same time, revisionist historians, like Max Boot, and pundits, like the Atlantic Monthly's Robert Kaplan, rewrite history, claiming that operations like the Phoenix Program in Vietnam or the death squads in El Salvador were effective, morally acceptable tactics and should be emulated in fighting today's "War on Terror."

But this kind of promiscuity has its risks. In Latin America, the word "disappeared" came to denote not just victimization but moral repudiation, as the mothers and children of the disappeared led a continental movement to restore the rule of law. They provide hope that one day the world-wide network of repression assembled by the Bush administration will be as discredited as Operation Condor is today in Latin America. As Greene wrote half a century ago, on the eve of the fall of another famous torturer, Cuba's Fulgencio Batista, "it is a real danger for everyone when what is shocking changes."

Greg Grandin is the author of a number of books, most recently Empire's Workshop: Latin America, the United States, and the Rise of the New Imperialism. He teaches history at NYU.

martes, 21 de octubre de 2008

César Germán Yáñez Muñoz


De no haber tenido la pretensión de emular a Ernesto "Che" Guevara, el próximo 23 de octubre, un hombre desconocido pero sin duda grande, estaría cumpliendo sesenta y seis años de edad.

Cazado como animal, después de haber esquivado durante dos meses la persecución de dos Batallones de Infantería del Heroico Ejército Mexicano, el revolucionario César Yáñez Muñoz cifró con su muerte una leyenda que aun es transmitida por los habitantes de las cañadas de la selva lacandona. Su cadáver nunca fue localizado, por lo que su familia lo considera un desaparecido político y todavía demanda su presentación.

De forma autónoma, yo me uní a su búsqueda, sin resultados positivos. De cuantas fabulaciones y recuerdos difusos recogí, el más interesante me parece el alusivo al presunto diario de campaña de César. Las dificultades inherentes a una investigación de campo en una zona militarizada me impidieron darle seguimiento a la pista, pero ojalá alguien con más suerte que yo dé algún día con el cuadernillo, si es que existe.

A continuación, ofrezco una breve semblanza biográfica sobre la vida y muerte del joven César Germán. A partir de esta entrega intentaré subir tantas biografías de desaparecidos mexicanos como me sea posible, preferentemente en la fecha de su nacimiento. Dedico este esfuerzo investigativo y divulgativo a todos los desaparecidos políticos del mundo, por todo lo que les seguimos debiendo...




CÉSAR GERMÁN YÁÑEZ MUÑOZ (A) AGUSTÍN, PEDRO, MANUEL

Nació en la ciudad de Monterrey, N. L. el 23 de octubre de 1942. Era hijo del doctor Margil Yáñez Martínez y de la señora Beatriz Muñoz. Cursó el bachillerato en la Preparatoria No. 1 de la Universidad de Nuevo León y estudió leyes en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la misma.
En 1960 ingresó a la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF) y comenzó a participar activamente en el movimiento estudiantil. En 1963 fue electo presidente de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Derecho y el mismo año intervino en la conformación del comité neoleonés del Movimiento de Liberación Nacional, del que se separó en 1965.
Yáñez y sus amigos más cercanos se dedicaron a asesorar movimientos campesinos y obreros y editaron el periódico Pueblo y Revolución. Debido a sus actividades, César pisó la cárcel por lo menos tres veces, pero salió de inmediato debido a que la presión popular impedía que hubiera presos políticos en el estado. Por aquel entonces, el grupo de César, integrado por simpatizantes fervorosos de la revolución cubana, promovió la creación de la Unión Revolucionaria Socialista (URS), la cual tomó las riendas del Instituto Mexicano-Cubano de Relaciones Culturales sección Monterrey, N.L. (IMCRC).
A través de Carlos Vives, Yáñez contactó a Mario Menéndez en la Ciudad de México y éste invitó a la URS a formar parte del Ejército Insurgente Mexicano (EIM) que se gestaba en la selva lacandona. De este modo, el joven César abandonó definitivamente a su esposa y a sus dos hijos y se dedicó de tiempo completo a la lucha revolucionaria.
Cuando el EIM se disolvió, algunos de sus miembros tomaron la decisión de conformar las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), en cuya asamblea fundacional Yáñez fue elegido como primer responsable, un 6 de agosto de 1969. En 1972 impulsó la formación del Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata (NGEZ), del que fue comandante en jefe y, en 1974, cuando dio inicio la primera operación contrainsurgente en las cañadas, conocida como Operación Diamante, "Manuel" dirigió el repliegue táctico del grupo en la selva lacandona, pero fue descubierto y asesinado por el ejército en Cintalapa, mpo. de Ocosingo, el 16 de abril de 1974. Su cuerpo nunca fue encontrado y su familia denunció su desaparición por razones políticas. La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) acreditó el delito de desaparición forzada contra su persona en el año 2001.[1] El Ejército Zapatista de Liberación Nacional le ha extendido un reconocimiento especial en algunos comunicados.[2]


[1] 172-U, Caso del señor Yáñez Muñoz César Germán, Exp. CNDH/PDS/91/CHIS/S00036.000 en http://www.cndh.org.mx/lacndh/informes/espec/desap70s/expedientes/URBANA/fr_urbana.htm
[2] “Carta de Marcos a familiares de desaparecidos políticos”, La Jornada, 18 de abril de 2000, México, versión electrónica en: http://www.jornada.unam.mx/2000/04/18/piedra.html; Comunicado leído por el Subcomandante Marcos en la Casa Museo del Dr. Margil en el 23 aniversario del EZLN, 17 de noviembre de 2006 en: http://enlacezapatista.ezln.org.mx/la-otra-campana/579/




miércoles, 8 de octubre de 2008

Invitación a actividades conmemorativas del M-68

La Delegación Coyoacán ha organizado una serie de actividades para conmemorar el Movimiento Estudiantil de 1968. El programa completo se puede consultar en:
Este 9 de octubre habrá una mesa intitulada: "Del 68 al clandestinaje. La vía armada", que tendrá como ponentes a: Marco Antonio Rascón Córdova, Clemente Ávila Godoy, Margarita Muñoz Conde, Alberto Jorge Abaroa y Corona y la organización “Nacidos en la Tempestad”.
Sede: Foro "Ana María Hernández", Pacífico No. 181 Barrio de la Concepción, Coyoacán.
Hora: 19:00 hrs.
Los esperamos.

miércoles, 1 de octubre de 2008

“’Here’s a farewell present for you.’ And they started hitting us as though they were breaking piñatas.”


- Anonymous eyewitness of the student massacre, Mexico 1968

“I don’t know how many days I’m going to be here...let me talk to my son. I want to hear his voice.”

- Testimony of a Mexican soldier after participating in the 1968 Tlatelolco Massacre

In an expressive letter marking the thirtieth anniversary of the Tlatelolco Massacre—addressed to the Generation of Dignity of 1968, Subcomandante Marcos of the EZLN (Zapatista National Liberation Army) note that:

The movement of 1968 has definitely marked this country’s (Mexico) history. Then, two countries confronted one another the basis of authoritarianism, intolerance, repression, and the most brutal exploitation; and the other that wants to build itself on democracy, inclusion, liberty, and justice.

The student movement began in the summer of 1968. It indisputably is the medium that forged a selection of politically motivated upheavals that acutely decried the state’s legitimacy and ineptitude. Students rose high above their stereotypic image as self-righteous bookworms out to better their own lives. Although portions of the student body might have fit these characteristics the other half of the student population yielded their personal interests in lieu of the welfare of its fellow compatriots. Nor was the student movement exclusive. The radical panoply of the 1968 Mexican Student Movement represents years of frustration, distress, and inconformity by the Mexican popular classes. Some may argue that the student rebellion began in the summer of 1968 but the conflict between students and the state began decades ago attributed, by first, the lack of university autonomy.

In the sixties, political oppression elevated students’ political awareness. The regulation against “social dissolution” and also “criminal association and sedition” facilitated the growth of a radical youth that was ready to take-on the government. Democratic avenues for political change were being close.

We must discontinue believing that the student movement was a student rebellion and nothing else. In the event of sounding paradoxical—the fact of the matter is that this detail is neither accurate nor erroneous. Former participants would never claim that the movement’s intentions and objectives were plainly meant to reform the education system or were only snobbishly intended to persuade the government to allocate massive quantities of funds to education in exchange for providing subsidized programs intended for indigent communities. There has been conclusive evidence from ex-participants, scholars, witnesses, and formally aligned organizations of the rebellion, which suggests that the 1968 rebellion was a “popular” revolt composed of various social groups from diverse socio-economic environments. Second, students made up a segment of the popular classes because hypothetically they fit into that particular social category because of their family background. Granted many students were from upper class families, but with time they evolved into student-proletariats, a term they appropriated through their interpretation of Marxism. What once may have been a firm relationship between the ruling party and the bourgeoisie; it was now jeopardized by the radical student or petty-bourgeoisie who initiated a new process to eliminate absolutism and hegemony—prompted by the lack of democracy.
According to a statement made by Gilberto Guevara Niebla, “I am convinced that the future of this country lies in the hand of the young people of my generation.: To demonstrate that they were capable of being leaders and understood politics, students from various universities in Mexico City took on tasks that involved rallying sectors of the proletariat and middle-classes. Plus, in the university students were exposed to an array of ideas and interpretations that convince them of many things relation to the social conditions of Mexicans. Through rigorous investigations and by learning scientific methods of approaching problems they were able to come up with innovative solutions. Their professional upbringing taught them how to approach social and political problems and to locate the solution to these issues through intense research and action. By learning these traits once they integrate themselves into society they are already prepared to tackle any projects.

Tomorrow Mexico City will commemorate 40 years since that disgraceful day when people's lives were changed forever. Family members of lost students, children, fathers, brothers, and sisters will march throughout Mexico City as a gesture of solidarity for those lost in the massacre, but most importantly prevent this malicious act from being forgotten. Mexican society continues to denounce the repressive measures taken by the state to impede the democratic opening of Mexico's. Please join us in solidarity.

Fernando Calderón

2 de octubre de 1968, nunca lo olvidaremos

Sobre los acontecimientos ignominiosos que hace cuarenta años desgarraron a la sociedad mexicana, ensayé una explicación en mi trabajo El fuego y el silencio. Historia de las Fuerzas de Liberación Nacional Mexicanas (1969-1974). No creo haber aportado elementos novedosos en cuanto a la reconstrucción fáctica del contexto nacional e internacional, ni tampoco en la reflexión sobre la sinrazón de la razón de Estado, la paranoia institucional en torno a la imaginaria conjura comunista internacional o la espontaneidad y la frescura con la que una generación escasamente politizada conquistó el espacio público para protagonizar uno de los movimientos de masas más trascendentes de la historia de México. Sin embargo, por lo que concierne al 2 de octubre, a diferencia de trabajos que se embrollan en complejas explicaciones sobre la posición de los distintos cuerpos policiacos y militares y los francotiradores del Estado Mayor Presidencial y del Batallón Olimpia en la plaza de las Tres Culturas, yo sólo pongo énfasis en que, de las 25 autopsias conocidas, quince revelaban que los civiles fueron asesinados por armas punzocortantes (bayonetas), disparos horizontales o en trayectoria ascendente, de abajo a arriba. Así, la hipótesis que sugiero es que la misión central de los francotiradores no era disparar contra la población, sino provocar a la tropa para que ésta se lanzara a un ataque indiscriminado contra los manifestantes. El presunto disparo que recibió el criminal de guerra, Gral. José Hernández Toledo, fue el pretexto ideal para desbordar a los militares, predispuestos de antemano a combatir con todo a los "subversivos".
El número de muertos el 2 de octubre es todavía uno de los secretos más grandes y mejor guardados del Estado mexicano. Se ha identificado tan sólo a cuarenta víctimas, pero el primer reporte del Consejo Nacional de Huelga reportaba ciento cincuenta bajas. Me parece que, si nos atenemos a la tendencia de que por un caso conocido hay dos no reportados, esta cifra es la más verosímil, aunque la que suscitó consenso entre la prensa oscila entre 300 y 400 decesos.
Durante la "guerra sucia" de los setenta serían asesinados muchísimos civiles más, al igual que durante la lucha por la democracia electoral, en la década de los ochenta. Las organizaciones más importantes, político-militares o civiles, cuentan a sus caídos por centenas. Como ejemplos más notables están el Partido de los Pobres (PdlP), con más de seiscientas bajas y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), con un tanto igual o superior. Pese a todos estas ausencias, 1968 sigue siendo considerado el gran parteaguas de la historia reciente, el acontecimiento fundacional de la democracia, el hito de la verdadera modernidad política mexicana. Cosa extraña, si tomamos en cuenta que la reforma política de 1977 fue motivada principalmente por el movimiento armado, y que la existencia actual de un sistema pluripartidista (mediocre, excluyente, como sea) es en parte obra del PRD. Más rara aún si consideramos el papel que ocupa la necrofilia política en el imaginario colectivo. Los asesinados por razones políticas frecuentemente son utilizados como estandartes, escudos, escaleras y pretextos para fundar organizaciones y vivir de ellas, o bien, como fuentes de discursos para promover o imponer determinadas líneas y acciones políticas.
Mi duda central se mantiene intacta, pero espero que alguien me ayude a despejar ¿cómo es que el movimiento estudiantil de 1968 ha sido ponderado al punto de ser cobijado institucionalmente, mientras que sobre otros procesos históricos de alcance igual o superior permanece un velo de olvido y silencio?
No tengo una explicación general, pero sí una anécdota personal. Cuando yo era niña nunca se me habló de la cristiada (pese a que mi bisabuelo fue desaparecido en aquella guerra de marras), mucho menos de las guerrillas todavía actuantes el año de mi nacimiento. Sí se me habló en cambio de la revolución mexicana (por algo me llamo Adela) y, curiosamente, del movimiento estudiantil de 1968. Por supuesto, no se podía hablar más que a susurros, con miedo, con tristeza y con el peso de la historia clandestina a cuestas. Historia que explicaba por qué en mi casa había, embodegados, libros de Mao Tsetung, revistas de Los Agachados y retratos del Che Guevara.
Sin duda, en México han ocurrido cosas más importantes que un movimiento de masas de dos meses de duración, pero muy pocas han penetrado en la memoria colectiva tan exitosamente como nuestro '68. La causa del recuerdo profundo reside, más allá del trauma colectivo que generó, en el hecho de que le pasó a la gente ordinaria y, aunque no todos los defeños estaban metidos en el movimiento, me atrevería a afirmar que casi todos conocían a alguien que sí lo estaba... Así, más allá de las mentiras y manipulaciones oficiales, todos supieron, todos se aterrorizaron, nadie salió indemne, o no del todo. Y si a esto sumamos la aplastante tradición de centralismo político, entenderemos por qué la intelligentsia mexicana grita a coro que 1968 es lo más importante que ha pasado en México hasta antes de la alternancia partidista del 2000.
A mí, que me conmueven todos los muertos por igual, me sigue impactando especialmente la visita a la Plaza de las Tres Culturas, los relatos cínicos de los militares que intervinieron aquella tarde, matando civiles y cargando sus cuerpos, las autopsias de niños y jóvenes despedazados por las bayonetas y, sobre todo, el profundísimo dolor que se mantiene como una herida abierta en el presente. Eso me ha generado un compromiso muy fuerte para denunciar el terror de Estado. Y por eso también, estaré presente este dos de octubre en nuestro duelo colectivo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Francisco Paredes Ruiz

Hoy se cumple un año de la desaparición del ex-guerrillero del MAR y activista Francisco Paredes Ruiz. Como ocurría frecuentemente en el pasado, un velo de misterio e incertidumbre cubre su secuestro.
A diferencia de todos los desaparecidos por cuya presentación lucho, a Francisco sí lo conocí, puesto que participamos en la caravana conmemorativa del asalto al cuartel Madera, el 23 de septiembre del 2007. Al regresar a su casa, en Morelia, Michoacán, Pancho fue "levantado" y hasta la fecha no se ha vuelto a tener noticia de él.
No cabe duda de que el Estado mexicano no nos permite mirar con lejanía el pasado, por el contrario, nos obliga a percatarnos de lo poco que ha cambiado, pese a todo....
Reproduzco a continuación el comunicado emitido por Janahuy Paredes, hija de Pancho:
A un año de la desaparición de José Francisco Paredes Ruiz

Este 26 de septiembre se cumple un año de la desaparición de mi padre Francisco Paredes Ruiz; un año más de impunidad, un año de incertidumbre, de angustia y de coraje para nosotros como familiares y amigos, un año en el que hemos exigido y luchado por su presentación con vida, año en el que una vez mas el gobierno federal muestra su cara cínica con una burla, al no aceptar la desaparición de mi padre como desaparición forzada lo cual ha llevado desde un principio a que el caso no lo tomen en serio y las investigaciones las lleven por líneas absurdas y tontas con su supuesto y viejo propósito de crearnos el desgaste moral.
Recordando que México ha firmado y ratificado acuerdos internacionales sobre desaparición forzada de personas, y a más de 6 años que existe en el estado una iniciativa sobre la ley de desaparición forzada de personas que prohíbe, erradica y sanciona este crimen de lesa humanidad, ha quedado en el olvido.

Este 26 de septiembre estaremos una vez mas en pie de lucha por la exigencia de la presentación con vida de mi padre Francisco Paredes Ruiz, luchador social quien dedicaba su vida a la defensa de las derechos humanos, y era antes de su desaparición, integrante de la Fundación Diego Lucero A.C., que promueve y defiende los derechos humanos.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) organismo que existe para evitar las violaciones a los derechos humanos, ha mostrado su incompetencia en el caso de mi padre Francisco Paredes Ruiz.

Hoy por el clima que se vive en este estado de Michoacán, de terror y miedo por las detonaciones del 15 de septiembre en donde murieron personas inocentes y muchas resultaron heridas, estamos consternados por estos atropellos de este gobierno incompetente hacia nuestro pueblo: desapareciendo, masacrando y encarcelando a gente inocente.

Como familiares y víctimas de este sistema hacemos la invitación a toda la sociedad civil para que juntos protestemos y rompamos con el cerco de la inseguridad que vivimos en estos momentos en nuestro estado, en donde el gobierno tanto federal como estatal no nos garantizan nuestra seguridad como lo deben de hacer, si no que nos militarizan las calles, y lo único que han hecho es violar día a día nuestros derechos constitucionales, abusando de la población michoacana con su supuesto “Golpe al narcotráfico”
Por eso hoy les pedimos que en cualquier lugar donde quiera que se encuentren den su solidaridad hacia nosotros: pronunciándose por la presentación con vida de mi papá y de todos los desaparecidos, hagamos una unidad por la vida, por la paz, la justicia y sobre todo por nuestra libertad, independientemente de la forma de lucha que llevemos y como la llevemos siempre y cuando sea por una causa justa.

¡Vivos se los llevaron vivos los queremos!

¡Presentación con vida de Francisco Paredes Ruiz, Edmundo Reyes Amaya, Gabriel Alberto Cruz Sánchez, Lauro Juárez, así como la de todos los desaparecidos del país!

¡Por la vida, libertad, la dignidad, la justicia y sobre todo por el amor, nunca más un desparecido!


Comité Nacional de familiares por la presentación
con vida de las y los desaparecidos
vivoslosqueremos@hotmail.com
044 44 31 72 81 82

domingo, 21 de septiembre de 2008

Bibliografía sobre la guerra sucia mexicana

BiblioEste 23 de septiembre de 2008 se cumplen cuarenta y tres años del asalto al cuartel de Madera, Chih. episodio que a nivel simbólico inauguró la lucha guerrillera socialista en México. En el combate perdieron la vida Arturo y Emilio Gámiz García, Pablo Gómez Ramírez, Salomón Gaytán Aguirre, Miguel Quiñones Pedroza, Antonio Scobell Gaytán, Oscar Sandoval Salinas y Rafael Martínez Valdivia. Todos ellos eran maestros normalistas, estudiantes o luchadores agraristas y no rebasaban los 23 años de edad, excepto el Dr. Pablo Gómez, que tenía 34. (Para mayor información consúltese: http://www.madera1965.com.mx/)
La historia del Grupo Popular Guerrillero que lidereaban A. Gámiz y Gómez, ha sido reivindicada incluso por los libros de texto oficiales del estado. Y es que, a diferencia de lo ocurrido con la mayoría de las experiencias insurgentes en la segunda mitad del siglo XX mexicano, en Chihuahua el levantamiento sí propició el tan largamente postergado reparto agrario, durante las postrimerías del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y en los inicios del de Luis Echeverría. Este acontecimiento consolidaría una visión positiva sobre la guerrilla a nivel regional.
Los epígonos de los guerrilleros caídos fundaron dos nuevas organizaciones: el Movimiento 23 de Septiembre, de corte urbano, y el Grupo Popular Guerrillero "Arturo Gámiz" asentado, de nueva cuenta, en la sierra. Este mes se cumplieron también cuarenta años de que el comando dirigido por Oscar González Eguiarte fuera exterminado en su totalidad, a través de un amplio operativo contrainsurgente en la sierra de Sonora y Chihuahua. Los últimos días de agosto y los primeros de septiembre de 1968 fueron ejecutados o muertos en combate: Carlos David Armendáriz Ponce, José Luis Guzmán Villa, Arturo Barboa Estrada, Juan Antonio Gaytán Aguirre, Guadalupe Scobell Gaytán y el propio González Eguiarte. (Véase http://www.proceso.com.mx/noticias_articulo.php?articulo=62188 y http://enlacesocialista.org.mx/articulo-como-murieron-en-tesopaco.html)
Hace cinco años, un azar afortunado me llevó a conocer la tumba de todos esos jóvenes, en Madera, Chih. y Tesopaco, Son. Al descubrir con inmenso pasmo cuánto habían hecho con tan pocos años de vida, sentí que no debía hacer menos que contribuir a dimensionar con justeza su papel en la historia, a contrapelo de la historiografía oficial y de las modas académicas que dominan a las universidades nacionales. El trabajo no ha sido fácil, no tanto por los obstáculos inherentes a cualquier tipo de investigación sobre la actuación clandestina del Estado y la oposición armada, como por la vigencia del problema. Claramente podemos advertir que del ejemplo del GPG y de otras organizaciones armadas de la década de los sesenta surgió un tipo especial de lucha política violenta que ha marcado al país en diferentes etapas de la segunda mitad del siglo XX, pero no podemos señalar con la misma certeza su fecha de conclusión, ya que los ciclos de recurrencia y latencia del movimiento armado todavía no se han agotado. Así, el rescate de la memoria del guerrillerismo mexicano necesariamente se desenvuelve en las condiciones más adversas.
Presento aquí una parte de la bibliografía que he reunido con una gran dosis de paciencia a lo largo de cinco años, con la esperanza de que sea de utilidad para quienes venturosamente se adentran al estudio de este complejo y apasionante fenómeno.
El movimiento armado y la guerra sucia mexicana
-Acosta Chaparro, Arturo. Movimiento subversivo en México. México, s. n., 1990.
-Aguayo Quezada, Sergio. La charola: una historia de los servicios de inteligencia en México. México, Grijalbo, 2001.
-Alonso Vargas, José Luis. Siete guerrilleros mexicalenses. México, s.e., 2004.
-Aguilar Camín, Héctor. La guerra de Galio. México, Cal y Arena, 1991.
-Anaya Gallardo, Federico et al. Siempre cerca, siempre lejos. Las fuerzas armadas en México. México, Global Exchange/CIEPAC/CENCOS, 2000.
-Aranda Flores, Antonio. Los cívicos guerrerenses. México, s.e, 1979.
-Armendáriz, Minerva. Morir de sed junto a la fuente. México, Universidad Obrera de México, 2001.
-Aroche Parra, Miguel. Los secuestros de Zuno, Figueroa y la muerte de Lucio Cabañas. México, Editora y Distribuidora Nacional de Publicaciones, México, 1976.
-Ayala Guevara Leopoldo. La guerra sucia en el estado de Guerrero. Chilpancingo, s.e. 2006.
-Bartra Verges, Armando. Guerrero Bronco. Campesinos, ciudadanos y guerrilleros en la Costa Grande. México, Era, 2000.
-Bellingeri, Marco. Del agrarismo armado a la guerra de los pobres. Ensayos de guerrilla rural en el México contemporáneo: 1940-1974. México, Casa Juan Pablos-Secretaría de Cultura del DF, 2003.
-Bonilla Machorro, Carlos. Ejercicio de guerrillero. México, Grupo Editorial Gaceta, 1983.
-Cabañas Barrientos, Pablo. Lucio Cabañas. Poesía y canciones. México, STUNAM, 1998.
-Canseco Edgardo, Felipe (coord.). Lucio Cabañas 20 años después. México, Claves Latinoamericanas/Centro de Información y Monitoreo de los Derechos Humanos en México, 1995.
-Carrasco Gutiérrez, Leticia. La guerrilla en México 1970-1976. El caso de Guadalajara: la Liga Comunista 23 de Septiembre. Tesis de Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara. Guadalajara, La autora, 1999.
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-Castellanos, Laura. México armado. 1943-1981. México, Era, 2007.
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-Comité Eureka. Eureka: historia gráfica, doce años de lucha. México 1977-1989. México, s. e., 1989.
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-¡Elías y Miguel, los arrancaremos del injusto cautiverio!
Chilpancingo, Universidad Autónoma de Guerrero, 1983.
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-Fernández Gómez Raúl. Jeu politique et guerrilla rural au Mexique. París, El autor, 1980. Tesis de Doctorado, École des Hautés Études en Sciences Sociales.
-Fernández Menéndez, Jorge. Nadie supo nada. La verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada. México, Grijalbo/Random House Mondadori, 2006.
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-Fierro Loza, Francisco. Los papeles de la sedición o la verdadera historia político-militar del Partido de los Pobres. México, s.e., 1984.
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miércoles, 17 de septiembre de 2008

Convocatoria de Calibre 68 II


CONVOCA a todos los escritores, poetas e interesados en conmemorar el 40 aniversario de los acontecimientos del 2 de Octubre de 1968 en Tlatelolco, a participar escribiendo un texto alusivo al tema. La composición –epigrama, poema, etc– deberá contener 40 palabras y se entregará hasta el día 25 de septiembre como fecha límite. Las textos recibidos se integrarán como textos de sala de la exposición programada el día 3 de Octubre de 2008 en la Galería de Radio UNAM.
Para recepción de trabajos y para mayor información escribir a la siguiente dirección de correo: klibre68@gmail.com

lunes, 15 de septiembre de 2008

Convocatoria de Calibre 68


CALIBRE 68: convocatoria
CONVOCA a todos los artistas plásticos, escultores, graffiteros, grabadores y a todos aquellos interesados a realizar una obra alusiva al 40 aniversario de los acontecimientos del 2 de Octubre de 1968 en Tlatelolco. Las obras son libres de técnica, ya sea cartel, escultura, graffitti, pintura, etc. y serán expuestas en el mural colectivo ubicado en la siguiente dirección: http://www.flickr.com/groups/calibre68 * para su posterior exhibición el día 3 de octubre en la galería de Radio UNAM, como parte de las actividades que esta institución desarrolla en torno a esta fecha.**Esta convocatoria queda abierta a partir de la fecha de su publicación y quedará cerrada el día 20 de septiembre del año en curso. Para más información escribir al siguiente e-mail: klibre68@gmail.com* En caso de contar el participante con una cuenta Flickr podrá subir sus imágenes por sí mismo o bien, enviarlas a la dirección de correo mencionada.** Las piezas serán solicitadas en formato digital para su exhibición en galería, tamaño tabloide en alta resolución (300dpi) para fotografía y carteles deberán ser en los tamaños 40 cms x 60 cms a la misma resolución. En caso de desear el participante exhibir una pieza en particular, una pintura en físico, deberá apegarse a los lineamientos citados.