El próximo 14 de febrero del 2009 se cumplen 35 años del ataque realizado por corporaciones policíacas y militares contra una casa de seguridad de las Fuerzas de Liberación Nacional, ubicada en la calle de Jacarandas (antes 4, ahora 13) en el poblado de Nepantla, Estado de México. El saldo fue de cinco guerrilleros asesinados y dos detenidos, mientras que las fuerzas del orden no registraron ninguna baja. La masacre adquirió una importante carga simbólica, al punto en que se le puede considerar como uno de los hitos que explican la fundación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1983. Por ello, el órgano oficial interno de las FLN entre 1979 y 1993 se denominaba "Nepantla" y el 14 de febrero es el día en que los zapatistas celebran a todos sus caídos.
En la era de las masacres indiscriminadas, creo en la fuerza moral de la memoria para impulsarnos a luchar contra el terror de Estado. Las prácticas que este conlleva (secuestros, desapariciones, torturas, ejecuciones extrajudiciales, juicios irregulares, confinamientos arbitrarios, etc.) no sólo afectan a unos cuantos individuos desafortunados, sino que destruyen el tejido de una sociedad. La nuestra, la mexicana, ha sido profunda y sistemáticamente lacerada por quienes se dicen representarla. Aquellos que nos atrevemos a recordarlo, enfatizamos nuestra voluntad de oponernos a que los crímenes del pasado se diluyan en un mar de acontecimientos similares, que se perpetran en aras de una definición totalmente perversa de la "seguridad nacional". Por eso, a la par que enarbolamos el lema latinoamericano de "ni perdón, ni olvido ni reconciliación", también decimos: ¡alto a las detenciones arbitrarias, "levantones", ejecuciones y torturas que realizan cotidianamente las fuerzas del orden contra ciudadanos cuya culpabilidad ni siquiera se prueba ante tribunales! ¡Respecto incondicional a las garantías individuales!
No recuerdo quién decía algo así como "qué epoca aciaga la nuestra en que las demandas reformistas son lo más revolucionario que se puede pedir". En efecto, ante la magnitud de la violencia que nos azota, la disolución del Estado de derecho y el absoluto desamparo jurídico en que nos encontramos, pocas alternativas se vislumbran. La lucha contra la impunidad no es la más importante, pero sí una de las más apremiantes.
A continuación, presento una narración de lo acontecido el 14 de febrero de 1974 en Nepantla, tomada de mi investigación "El fuego y el silencio. Historia de las Fuerzas de Liberación Nacional (1969-1974).
La Operación Nepantla
Alrededor de las 19:00 horas del 14 de febrero de 1974, un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre denominado “José Luis Pacheco Aragón”, emboscó a cuatro soldados del 9° Regimiento de Caballería de Atlixco, Pue., que iban a bordo de un tren de la ruta Puebla-México, a la altura de San Pedro Xalostoc, en el Estado de México. Cuatro jóvenes con escasa formación militar causaron cuatro bajas al ejército, robaron sus armas y escaparon ilesos sin ser vistos por nadie. De hecho, jamás se hubiera sabido de dónde provenía el ataque de no haber sido porque en el lugar de los hechos dejaron una pinta con aerosol: “Comunista 23 Sep.”[1]
Sin duda este evento, azarosamente coincidente, determinó la actitud del ejército en el ataque a la verdadera “casa grande” de Nepantla, la noche de San Valentín. Los altos mandos castrenses no estaban interesados en deslindar responsabilidades, por lo que de nada sirvió que Glockner especificara que las FLN no tenían vinculación con otras organizaciones.[2] Entraba en juego el “honor militar” (entendido como venganza) y los militares se sentían impelidos a responder sin concesiones a los guerrilleros, independientemente de su filiación, pues a fin de cuentas todos eran “subversivos”.
A contrapelo de lo que ocurría en contextos urbanos y semiurbanos, en los que la Dirección Federal de Seguridad y las policías municipales y judiciales realizaban la mayor parte de la labor contrainsurgente visible, el ejército asumió totalmente el mando operativo en Nepantla. Cabe subrayar que la acción no la ejecutó la Policía Judicial del Estado de México ni, en su defecto, personal de la 22ª Zona Militar con sede en Toluca, cuya jurisdicción abarcaba esta localidad, sino elementos de la Policía Militar, que junto con el Primer Batallón de Fusileros Paracaidistas, eran de las corporaciones castrenses más activas en la lucha “antisubversiva” a nivel nacional.
De acuerdo con el parte rendido el 16 de febrero por el Teniente Coronel de Infantería y Primer Comandante de la Policía Militar, Raúl Pérez Arceo, al Secretario de la Defensa Nacional, General de División Diplomado del Estado Mayor, Hermenegildo Cuenca Díaz, a las 19:00 horas del 14 de febrero, del Campo Militar No. 1 salió el Primer Batallón de la Policía Militar, al mando del Mayor de Infantería Jesús Germán Porras Martínez, con un efectivo de 9 oficiales y 38 soldados de tropa, acompañados por siete agentes de la Policía Judicial Federal. (No se menciona a los agentes de la DFS, que también iban). La fuerza de ataque llevaba consigo dos vehículos militares y cuatro particulares, un helicóptero, una estación de radio, carabinas M-2, granadas y proyectiles de gas lacrimógeno. Pero el plan era más simple que los preparativos: sólo había que someter a diez guerrilleros “pertenecientes al grupo 23 de Septiembre” que se creía, habitaban la casa de seguridad de la calle de Jacarandas.[3] Esta desmesura en el empleo de los recursos bélicos fue típica del accionar contrainsurgente de aquellos años, pese a que contravenía las disposiciones administrativas del instituto armado, que sancionaban el dispendio.
El mayor Porras y sus hombres arribaron al kilómetro 77, adelante de Nepantla, a las 22:30 horas y procedieron a bloquear todas las entradas y salidas del pequeño pueblo. El personal se dividió estratégicamente en dos grupos: uno dirigido por el mayor Porras y otro al mando del Capitán 1° de Infantería Javier Guerrero Martínez. El primero se distribuyó enfrente de la granja y el segundo rodeó completamente la casa y permaneció agazapado y en posición de ataque (en el costado derecho había un gran terreno baldío, que creaba condiciones óptimas para disparar al interior de la casa usando la barda como parapeto).
A las 23:00 horas estalló una bengala en el cielo como señal de inicio. Seis años atrás, en Tlatelolco, una contraseña idéntica había representado una declaración de guerra no escrita del gobierno a la izquierda. Esta nueva luz tendría un efecto semejante.
Porras dio la orden de disparar a la casa, a la par que conminaba a sus ocupantes a rendirse, gritando que era inútil oponer resistencia. Su mensaje parecía ambiguo, pero los hechos eran contundentes: había que vengar a los soldados caídos.
De acuerdo con el testimonio de Benavides, los habitantes de la casa se dieron cuenta de que sus enemigos los habían descubierto cuando estalló una granada incendiaria cerca de su habitación, sin herirla.[4] A la explosión siguió una lluvia de balas. Con otra granada se derribó la barda de adobe de la entrada.
Los militares llevaban a Nora Rivera por delante, Napoleón Glockner aguardaba en un auto, incapaz de levantarse por los golpes recibidos. Ana María Jiménez, la vecina, aseguró que oyó a una muchacha gritar con desesperación: “Ya ríndanse ‘Salvador’. En la mañana los llevé a otra casa, pensando que ustedes se iban a dar cuenta, pero me torturaron todo el día... Vienen batallones de México, los tienen rodeados. No tienen salida. ¡Salgan! ¡Les van a echar gas lacrimógeno!”.[5]
“No nos vamos a rendir, vengan por nosotros” fueron las últimas palabras de “Salvador”. Pese a que esa decisión implicaba enfrentarse a una muerte casi segura, el dirigente nacional optó por la autodefensa en cumplimiento a la consigna de las FLN, de no dejarse agarrar vivos. “¿Y qué esperaban? ¿Que saliéramos con nuestra banderita blanca mientras nos disparaban y bombardeaban?” dice Gloria Benavides, al evocar un episodio del que, fue la única sobreviviente junto con “Martín”.[6]
Los guerrilleros apagaron las luces y se concentraron en el cuarto de “María Luisa”, para recibir instrucciones de “Salvador”. Él llevaba una carabina M-1, “Manolo” una Browning 9 mm, “Martín” y “Gabriel” escuadras Colt .38 y las tres mujeres revólveres calibre .38. “María Luisa” se movía con dificultades, puesto que había perdido sus lentes. Estaban en absoluta desventaja estratégica y de hombres y recursos, por lo que hablar de un combate resulta eufemístico.
La atmósfera empezó a saturarse de gas lacrimógeno y los guerrilleros salieron por la puerta de la cocina, para ubicarse en el estrecho pasillo que había entre la pared y la barda trasera de la casa. El orden en el que iban era: “Salvador”, “Sol”, “Gabriel”, “María Luisa”, “Ana”, “Martín” y “Manolo”. De acuerdo con la versión del periódico Nepantla, la posición de los guerrilleros fue ubicada porque “Gabriel” se subió a una escalara para asomarse por encima de la barda desde la que se parapetaban, por lo que desde el flanco izquierdo y la parte posterior de la barda, empezaron a caer descargas cerradas que penetraron el adobe. Los primeros en morir fueron “María Luisa”, “Gabriel”, “Sol” y “Salvador”.[7] Un conocedor de balística que me ayudó a inspeccionar el lugar, me hizo notar que las marcas de bala que deformaron los barrotes de las ventanas de uno de los cuartos (y que permanecen intactos después de tres décadas) indican que hubo disparos provenientes del interior de la casa hacia la posición de los guerrilleros. Por consiguiente, es probable que hubieran sido asesinados por la espalda.
“Ana”, “Martín” y “Manolo” no habían alcanzado a dar vuelta al pasillo cuando se produjeron estas bajas y pudieron atrincherarse en los desniveles del piso. “Manolo” pretendió regresar a auxiliar a sus compañeros, pero cerca de sus cuerpos inermes estalló otra granada. Los guerrilleros se arrastraron hasta la barda que comunicaba con la casa vecina y la brincaron. Intentaron romper el cerco por la parte posterior del inmueble pero Manolo fue visto y, aunque alcanzó a disparar, cayó herido y fue rematado con un tiro en la frente.
“Martín” y “Ana”, se ocultaron en unas zahúrdas. El sobrevuelo del helicóptero hacía más difícil planear una salida. Además, en ningún momento cesaron los disparos en los sesenta minutos transcurridos desde el inicio del ataque. Cuando pasó un militar enfrente de su posición, los guerrilleros le dispararon y corrieron hasta el extremo oeste de la casa, con el fin de cruzar la barda, pero los soldados ya estaban del otro lado. Al saltar, “Martín” perdió el equilibrio y los militares lo encañonaron y lo desarmaron. “Ana” estaba parada en la barda y, al mismo tiempo que le apuntaban, la conminaban a rendirse y no disparar. Para no presenciar la ejecución de su compañero, saltó y entregó el arma. Los detenidos inmediatamente fueron llevados al interior de la casa, donde fueron identificados por Nora y Napoleón.[8] “Martín” fue obligado a proporcionar los nombres de los cuerpos desangrados.
Oficialmente, la operación terminó a las 00:30 del día quince, pero los soldados peinaron la zona en busca de más guerrilleros. Entraron por la fuerza a la pequeña casa que se encontraba en una de las esquinas de la granja de a lado, habitada por Miguel Romero, su esposa, su hijo de un año y su cuñado, quienes aterrados habían escuchado el desenvolvimiento del ataque. A los hombres los golpearon y los obligaron a salir con las manos en alto, pero después de interrogarlos y percatarse de que no sabían nada sobre sus vecinos, los dejaron en libertad y les regalaron las gallinas de los guerrilleros.
El personal que intervino en el operativo fue relevado a las 9:00 horas por la Policía Judicial y un pelotón de la Policía Militar. Los agentes del servicio secreto se quedaron a vigilar la casa por un periodo largo e indefinido, deteniendo e interrogando a todas las personas que se acercaban al inmueble.
El parte de Pérez Arceo registró las cinco bajas civiles y el caso de un soldado herido por un proyectil que le rebotó en el mentón. Dio cuenta también de que se consumieron 618 cartuchos M-2, un cartucho luminoso con paracaídas, un cartucho y ocho proyectiles de gas lacrimógeno y tres granadas de triple acción.[9] Dadas las circunstancias en las que se desarrolló el asalto, es improbable que los guerrilleros hubieran causado bajas al ejército, aunque hubo una confusión inicial porque la PGR difundió en un boletín que el asalto a la escolta militar de Xalostoc estaba relacionado con “una banda de malhechores” de la localidad de Nepantla, “cinco de los cuales fallecieron por oponer resistencia a la fuerza pública”.[10]
Las desgracias de las FLN no pararon ahí, puesto que en Nepantla el ejército no sólo encontró fotografías y expedientes de más de cincuenta militantes y colaboradores, sino también los papeles de la compra de “El Chilar”, que estaban ahí porque “Salvador” realizaba un trámite para regularizar la situación de los límites del rancho.[11] “Salvador”, que era el único miembro de la estructura urbana que conocía la ubicación del campamento guerrillero, compartió sin proponérselo sus secretos con sus enemigos, debido a que no quemó los papeles a tiempo. De inmediato, Porras informó a sus superiores de los acontecimientos y, una vez que se corroboró que Nau Guichard había comprado al finquero Atanasio López un rancho en las inmediaciones de El Diamante, se realizaron los preparativos para el traslado de militares a Chiapas.[12]
La DFS consiguió un tráiler para transportar los vehículos requisados (un jeep, un sedan y un Datsun) y todas las pertenencias de los guerrilleros.[13] Los cadáveres también fueron llevados a las oficinas centrales de la DFS, donde fueron desnudados, lavados y fotografiados. Todos presentaban varios impactos de bala, quemaduras y el tiro de gracia.[14] Las imágenes ni siquiera fueron filtradas a la revista ¡Alarma!, que daba seguimiento a las ejecuciones de “subversivos”. Los agentes elaboraron las fichas signaléticas de los asesinados, aunque sólo registraron su nombre verdadero y sus huellas dactilares.
La noticia del enfrentamiento se dio a conocer en medios el 15 de febrero, sin proporcionar los nombres de los muertos ni de su organización. Hasta el 20 de febrero, el Lic. Ojeda Paullada daría una conferencia para exponer la caída de las subversivas “Fuerzas Armadas de Liberación Nacional” comandadas por el “Hermano Pedro” y revelaría la versión oficial sobre el triple operativo contrainsurgente.[15]
Las autoridades militares se negaron a entregar los cuerpos a los familiares de los guerrilleros y difundieron el rumor de que éstos habían sido incinerados. En realidad, tras una autopsia precipitada que se practicó la madrugada del 15 de febrero, los cadáveres fueron transportados al Panteón Civil de Dolores de la Ciudad de México e inhumados por personal militar, con la ayuda de los sepultureros. La ubicación exacta de las fosas era: 5ª clase, lote 53, línea 11, sepulcros 8, 16 y 17 para los hombres y 14 y 11 para las mujeres.[16] Frente a ellos, probablemente fueron sepultados también los cuatro militares caídos en Xalostoc, Edomex.[17]
Esta información jamás fue proporcionada a las familias de los guerrilleros: “Nosotros nos enteramos de la muerte de Carmita por el periódico. No podíamos creerlo y le pedimos ayuda a un tío que era judicial, pero nos dijo que no le moviéramos, que era un asunto muy delicado. Nunca supimos dónde quedó su cuerpo”, –relató el doctor Antonio Ponce.[18]
Por su parte, el arquitecto Enrique Zárate, quien también se enteró por el mismo medio del suceso, llevó a cabo numerosas gestiones para que se le permitiera recuperar el cuerpo de su hermano: “Gracias a los amigos que Alfredo tuvo cuando estudiaba medicina en Veracruz, y que en ese entonces trabajaban en el gobierno, lo conseguimos”.[19] Los restos de Alfredo Zárate fueron llevados al Panteón Jalapeño el 20 de julio de 1974; hasta ahí llegaron los agentes de la DFS para dar cuenta de los detalles del funeral a sus superiores.[20]
La extensa familia de Dení Prieto, que supo también de su deceso por la prensa, no tuvo la misma suerte, pese a que el decano del anticomunismo en México, Jorge Prieto Laurens, fue en persona a hablar con el Lic. Ojeda para exigirle que le entregara el cuerpo de su nieta.[21] Tuvieron que pasar siete años para que el Dr. Luis Prieto pudiera recuperarlo: “Los sepultureros me ayudaron a sacar los restos, que estaban casi a ras de suelo, en una caja de madera. Cuando la abrieron vi una pequeña osamenta, todavía con cabello. La parte frontal del cráneo presentaba una enorme muesca. Fue una impresión terrible, pero me convencí de que era mi sobrina Dení”.[22] Finalmente, los restos fueron cremados y las cenizas llevadas a una iglesia en la Av. Cerro del Agua esq. con Omega, col. Romero de Terreros, en la Ciudad de México.
Mario Sánchez Acosta, Anselmo Ríos Ríos y Carmen Ponce Custodio permanecieron como desaparecidos para sus familias, pues nunca se les aportaron evidencias de que hubieran muerto ni se les respetó el derecho a la sepultura.
Alrededor de las 19:00 horas del 14 de febrero de 1974, un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre denominado “José Luis Pacheco Aragón”, emboscó a cuatro soldados del 9° Regimiento de Caballería de Atlixco, Pue., que iban a bordo de un tren de la ruta Puebla-México, a la altura de San Pedro Xalostoc, en el Estado de México. Cuatro jóvenes con escasa formación militar causaron cuatro bajas al ejército, robaron sus armas y escaparon ilesos sin ser vistos por nadie. De hecho, jamás se hubiera sabido de dónde provenía el ataque de no haber sido porque en el lugar de los hechos dejaron una pinta con aerosol: “Comunista 23 Sep.”[1]
Sin duda este evento, azarosamente coincidente, determinó la actitud del ejército en el ataque a la verdadera “casa grande” de Nepantla, la noche de San Valentín. Los altos mandos castrenses no estaban interesados en deslindar responsabilidades, por lo que de nada sirvió que Glockner especificara que las FLN no tenían vinculación con otras organizaciones.[2] Entraba en juego el “honor militar” (entendido como venganza) y los militares se sentían impelidos a responder sin concesiones a los guerrilleros, independientemente de su filiación, pues a fin de cuentas todos eran “subversivos”.
A contrapelo de lo que ocurría en contextos urbanos y semiurbanos, en los que la Dirección Federal de Seguridad y las policías municipales y judiciales realizaban la mayor parte de la labor contrainsurgente visible, el ejército asumió totalmente el mando operativo en Nepantla. Cabe subrayar que la acción no la ejecutó la Policía Judicial del Estado de México ni, en su defecto, personal de la 22ª Zona Militar con sede en Toluca, cuya jurisdicción abarcaba esta localidad, sino elementos de la Policía Militar, que junto con el Primer Batallón de Fusileros Paracaidistas, eran de las corporaciones castrenses más activas en la lucha “antisubversiva” a nivel nacional.
De acuerdo con el parte rendido el 16 de febrero por el Teniente Coronel de Infantería y Primer Comandante de la Policía Militar, Raúl Pérez Arceo, al Secretario de la Defensa Nacional, General de División Diplomado del Estado Mayor, Hermenegildo Cuenca Díaz, a las 19:00 horas del 14 de febrero, del Campo Militar No. 1 salió el Primer Batallón de la Policía Militar, al mando del Mayor de Infantería Jesús Germán Porras Martínez, con un efectivo de 9 oficiales y 38 soldados de tropa, acompañados por siete agentes de la Policía Judicial Federal. (No se menciona a los agentes de la DFS, que también iban). La fuerza de ataque llevaba consigo dos vehículos militares y cuatro particulares, un helicóptero, una estación de radio, carabinas M-2, granadas y proyectiles de gas lacrimógeno. Pero el plan era más simple que los preparativos: sólo había que someter a diez guerrilleros “pertenecientes al grupo 23 de Septiembre” que se creía, habitaban la casa de seguridad de la calle de Jacarandas.[3] Esta desmesura en el empleo de los recursos bélicos fue típica del accionar contrainsurgente de aquellos años, pese a que contravenía las disposiciones administrativas del instituto armado, que sancionaban el dispendio.
El mayor Porras y sus hombres arribaron al kilómetro 77, adelante de Nepantla, a las 22:30 horas y procedieron a bloquear todas las entradas y salidas del pequeño pueblo. El personal se dividió estratégicamente en dos grupos: uno dirigido por el mayor Porras y otro al mando del Capitán 1° de Infantería Javier Guerrero Martínez. El primero se distribuyó enfrente de la granja y el segundo rodeó completamente la casa y permaneció agazapado y en posición de ataque (en el costado derecho había un gran terreno baldío, que creaba condiciones óptimas para disparar al interior de la casa usando la barda como parapeto).
A las 23:00 horas estalló una bengala en el cielo como señal de inicio. Seis años atrás, en Tlatelolco, una contraseña idéntica había representado una declaración de guerra no escrita del gobierno a la izquierda. Esta nueva luz tendría un efecto semejante.
Porras dio la orden de disparar a la casa, a la par que conminaba a sus ocupantes a rendirse, gritando que era inútil oponer resistencia. Su mensaje parecía ambiguo, pero los hechos eran contundentes: había que vengar a los soldados caídos.
De acuerdo con el testimonio de Benavides, los habitantes de la casa se dieron cuenta de que sus enemigos los habían descubierto cuando estalló una granada incendiaria cerca de su habitación, sin herirla.[4] A la explosión siguió una lluvia de balas. Con otra granada se derribó la barda de adobe de la entrada.
Los militares llevaban a Nora Rivera por delante, Napoleón Glockner aguardaba en un auto, incapaz de levantarse por los golpes recibidos. Ana María Jiménez, la vecina, aseguró que oyó a una muchacha gritar con desesperación: “Ya ríndanse ‘Salvador’. En la mañana los llevé a otra casa, pensando que ustedes se iban a dar cuenta, pero me torturaron todo el día... Vienen batallones de México, los tienen rodeados. No tienen salida. ¡Salgan! ¡Les van a echar gas lacrimógeno!”.[5]
“No nos vamos a rendir, vengan por nosotros” fueron las últimas palabras de “Salvador”. Pese a que esa decisión implicaba enfrentarse a una muerte casi segura, el dirigente nacional optó por la autodefensa en cumplimiento a la consigna de las FLN, de no dejarse agarrar vivos. “¿Y qué esperaban? ¿Que saliéramos con nuestra banderita blanca mientras nos disparaban y bombardeaban?” dice Gloria Benavides, al evocar un episodio del que, fue la única sobreviviente junto con “Martín”.[6]
Los guerrilleros apagaron las luces y se concentraron en el cuarto de “María Luisa”, para recibir instrucciones de “Salvador”. Él llevaba una carabina M-1, “Manolo” una Browning 9 mm, “Martín” y “Gabriel” escuadras Colt .38 y las tres mujeres revólveres calibre .38. “María Luisa” se movía con dificultades, puesto que había perdido sus lentes. Estaban en absoluta desventaja estratégica y de hombres y recursos, por lo que hablar de un combate resulta eufemístico.
La atmósfera empezó a saturarse de gas lacrimógeno y los guerrilleros salieron por la puerta de la cocina, para ubicarse en el estrecho pasillo que había entre la pared y la barda trasera de la casa. El orden en el que iban era: “Salvador”, “Sol”, “Gabriel”, “María Luisa”, “Ana”, “Martín” y “Manolo”. De acuerdo con la versión del periódico Nepantla, la posición de los guerrilleros fue ubicada porque “Gabriel” se subió a una escalara para asomarse por encima de la barda desde la que se parapetaban, por lo que desde el flanco izquierdo y la parte posterior de la barda, empezaron a caer descargas cerradas que penetraron el adobe. Los primeros en morir fueron “María Luisa”, “Gabriel”, “Sol” y “Salvador”.[7] Un conocedor de balística que me ayudó a inspeccionar el lugar, me hizo notar que las marcas de bala que deformaron los barrotes de las ventanas de uno de los cuartos (y que permanecen intactos después de tres décadas) indican que hubo disparos provenientes del interior de la casa hacia la posición de los guerrilleros. Por consiguiente, es probable que hubieran sido asesinados por la espalda.
“Ana”, “Martín” y “Manolo” no habían alcanzado a dar vuelta al pasillo cuando se produjeron estas bajas y pudieron atrincherarse en los desniveles del piso. “Manolo” pretendió regresar a auxiliar a sus compañeros, pero cerca de sus cuerpos inermes estalló otra granada. Los guerrilleros se arrastraron hasta la barda que comunicaba con la casa vecina y la brincaron. Intentaron romper el cerco por la parte posterior del inmueble pero Manolo fue visto y, aunque alcanzó a disparar, cayó herido y fue rematado con un tiro en la frente.
“Martín” y “Ana”, se ocultaron en unas zahúrdas. El sobrevuelo del helicóptero hacía más difícil planear una salida. Además, en ningún momento cesaron los disparos en los sesenta minutos transcurridos desde el inicio del ataque. Cuando pasó un militar enfrente de su posición, los guerrilleros le dispararon y corrieron hasta el extremo oeste de la casa, con el fin de cruzar la barda, pero los soldados ya estaban del otro lado. Al saltar, “Martín” perdió el equilibrio y los militares lo encañonaron y lo desarmaron. “Ana” estaba parada en la barda y, al mismo tiempo que le apuntaban, la conminaban a rendirse y no disparar. Para no presenciar la ejecución de su compañero, saltó y entregó el arma. Los detenidos inmediatamente fueron llevados al interior de la casa, donde fueron identificados por Nora y Napoleón.[8] “Martín” fue obligado a proporcionar los nombres de los cuerpos desangrados.
Oficialmente, la operación terminó a las 00:30 del día quince, pero los soldados peinaron la zona en busca de más guerrilleros. Entraron por la fuerza a la pequeña casa que se encontraba en una de las esquinas de la granja de a lado, habitada por Miguel Romero, su esposa, su hijo de un año y su cuñado, quienes aterrados habían escuchado el desenvolvimiento del ataque. A los hombres los golpearon y los obligaron a salir con las manos en alto, pero después de interrogarlos y percatarse de que no sabían nada sobre sus vecinos, los dejaron en libertad y les regalaron las gallinas de los guerrilleros.
El personal que intervino en el operativo fue relevado a las 9:00 horas por la Policía Judicial y un pelotón de la Policía Militar. Los agentes del servicio secreto se quedaron a vigilar la casa por un periodo largo e indefinido, deteniendo e interrogando a todas las personas que se acercaban al inmueble.
El parte de Pérez Arceo registró las cinco bajas civiles y el caso de un soldado herido por un proyectil que le rebotó en el mentón. Dio cuenta también de que se consumieron 618 cartuchos M-2, un cartucho luminoso con paracaídas, un cartucho y ocho proyectiles de gas lacrimógeno y tres granadas de triple acción.[9] Dadas las circunstancias en las que se desarrolló el asalto, es improbable que los guerrilleros hubieran causado bajas al ejército, aunque hubo una confusión inicial porque la PGR difundió en un boletín que el asalto a la escolta militar de Xalostoc estaba relacionado con “una banda de malhechores” de la localidad de Nepantla, “cinco de los cuales fallecieron por oponer resistencia a la fuerza pública”.[10]
Las desgracias de las FLN no pararon ahí, puesto que en Nepantla el ejército no sólo encontró fotografías y expedientes de más de cincuenta militantes y colaboradores, sino también los papeles de la compra de “El Chilar”, que estaban ahí porque “Salvador” realizaba un trámite para regularizar la situación de los límites del rancho.[11] “Salvador”, que era el único miembro de la estructura urbana que conocía la ubicación del campamento guerrillero, compartió sin proponérselo sus secretos con sus enemigos, debido a que no quemó los papeles a tiempo. De inmediato, Porras informó a sus superiores de los acontecimientos y, una vez que se corroboró que Nau Guichard había comprado al finquero Atanasio López un rancho en las inmediaciones de El Diamante, se realizaron los preparativos para el traslado de militares a Chiapas.[12]
La DFS consiguió un tráiler para transportar los vehículos requisados (un jeep, un sedan y un Datsun) y todas las pertenencias de los guerrilleros.[13] Los cadáveres también fueron llevados a las oficinas centrales de la DFS, donde fueron desnudados, lavados y fotografiados. Todos presentaban varios impactos de bala, quemaduras y el tiro de gracia.[14] Las imágenes ni siquiera fueron filtradas a la revista ¡Alarma!, que daba seguimiento a las ejecuciones de “subversivos”. Los agentes elaboraron las fichas signaléticas de los asesinados, aunque sólo registraron su nombre verdadero y sus huellas dactilares.
La noticia del enfrentamiento se dio a conocer en medios el 15 de febrero, sin proporcionar los nombres de los muertos ni de su organización. Hasta el 20 de febrero, el Lic. Ojeda Paullada daría una conferencia para exponer la caída de las subversivas “Fuerzas Armadas de Liberación Nacional” comandadas por el “Hermano Pedro” y revelaría la versión oficial sobre el triple operativo contrainsurgente.[15]
Las autoridades militares se negaron a entregar los cuerpos a los familiares de los guerrilleros y difundieron el rumor de que éstos habían sido incinerados. En realidad, tras una autopsia precipitada que se practicó la madrugada del 15 de febrero, los cadáveres fueron transportados al Panteón Civil de Dolores de la Ciudad de México e inhumados por personal militar, con la ayuda de los sepultureros. La ubicación exacta de las fosas era: 5ª clase, lote 53, línea 11, sepulcros 8, 16 y 17 para los hombres y 14 y 11 para las mujeres.[16] Frente a ellos, probablemente fueron sepultados también los cuatro militares caídos en Xalostoc, Edomex.[17]
Esta información jamás fue proporcionada a las familias de los guerrilleros: “Nosotros nos enteramos de la muerte de Carmita por el periódico. No podíamos creerlo y le pedimos ayuda a un tío que era judicial, pero nos dijo que no le moviéramos, que era un asunto muy delicado. Nunca supimos dónde quedó su cuerpo”, –relató el doctor Antonio Ponce.[18]
Por su parte, el arquitecto Enrique Zárate, quien también se enteró por el mismo medio del suceso, llevó a cabo numerosas gestiones para que se le permitiera recuperar el cuerpo de su hermano: “Gracias a los amigos que Alfredo tuvo cuando estudiaba medicina en Veracruz, y que en ese entonces trabajaban en el gobierno, lo conseguimos”.[19] Los restos de Alfredo Zárate fueron llevados al Panteón Jalapeño el 20 de julio de 1974; hasta ahí llegaron los agentes de la DFS para dar cuenta de los detalles del funeral a sus superiores.[20]
La extensa familia de Dení Prieto, que supo también de su deceso por la prensa, no tuvo la misma suerte, pese a que el decano del anticomunismo en México, Jorge Prieto Laurens, fue en persona a hablar con el Lic. Ojeda para exigirle que le entregara el cuerpo de su nieta.[21] Tuvieron que pasar siete años para que el Dr. Luis Prieto pudiera recuperarlo: “Los sepultureros me ayudaron a sacar los restos, que estaban casi a ras de suelo, en una caja de madera. Cuando la abrieron vi una pequeña osamenta, todavía con cabello. La parte frontal del cráneo presentaba una enorme muesca. Fue una impresión terrible, pero me convencí de que era mi sobrina Dení”.[22] Finalmente, los restos fueron cremados y las cenizas llevadas a una iglesia en la Av. Cerro del Agua esq. con Omega, col. Romero de Terreros, en la Ciudad de México.
Mario Sánchez Acosta, Anselmo Ríos Ríos y Carmen Ponce Custodio permanecieron como desaparecidos para sus familias, pues nunca se les aportaron evidencias de que hubieran muerto ni se les respetó el derecho a la sepultura.
Notas
[1] Para una reconstrucción de este episodio, véase José Luis Moreno Borbolla, “Los rieles de la ofensiva”, Filo y causas, México, no. 1, año I, julio de 2004, p. 45-50. Moreno está seguro que la emboscada fue a las 19:00 horas, aunque la policía registró que el acontecimiento se había producido a las 22:00 horas. Xalostoc está a dos horas de Nepantla. Cfr. AGN, DIPS, Estado de México, 14-II-74, Vol. 2680.
[2] AGN, DFS, Estado de Nuevo León, 13-II-74, doc. cit. H-55.
[3] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Operación Nepantla, 16 de febrero de 1974], Vol. 70, Exp. 215. F. 21 y 39. Tanto si el ataque a la escolta militar del tren se produjo a las 19:00 horas o si fue a las 22:00, es un hecho que Porras fue informado del acontecimiento antes de su salida del CM1 o por radio, en el trayecto a Nepantla, pues al término del operativo los militares le dijeron a los lugareños que buscaban a unos “maleantes del grupo 23 de septiembre”.
[4] Benavides, “La época”, art. cit. En la versión registrada por el Tte. Cor. Pérez Arceo, fueron los guerrilleros los que empezaron a disparar y “en ningún momento pidieron los delincuentes tregua, dispararon hasta que pudieron hacerlo, incluso las mujeres”. Por la lejanía de la casa respecto a la entrada de la granja, esto era prácticamente imposible, pues los guerrilleros no llevaban armas de alto poder, éstas quedaron fuera de su alcance cuando comenzó el sorpresivo ataque. Además, la principal razón por la que no podían disparar era para no revelar su ubicación. Otro dato importante es que los jóvenes principiantes apenas el 12 de febrero habían empezado a tomar lecciones de balística y a realizar prácticas de puntería con pistolas de diábolos.
[5] Entrevista de la autora con Ana María Jiménez y Miguel Romero, 26 de octubre de 2006, Nepantla, Edomex.
[6] Entrevista de la autora con Gloria Benavides, 17 de diciembre de 2003, México, DF.
[7] “Nepantla: un lustro”, Nepantla, no. 1, año 1, 14 de febrero de 1979, p. 2.
[8] Ibid. p. 3.
[9] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Operación Nepantla, 16 de febrero de 1974], Vol. 70, Exp. 215, f. 40.
[10] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Boletín de prensa de la PGR, 20-II-74], Vol. 70, Exp. 215, Fs. 15-20.
[11] No se sabe si los expedientes de candidatos a pertenecer a las FLN y colaboradores fueron descubiertos en su totalidad. En el fondo DIPS se localizan doce de ellos y en el de la DFS están reservados, sin clasificación conocida. Todas esas personas sin duda debieron ser detenidas para interrogatorio, aunque se ignora qué ocurrió con ellas. De los casos conocidos, casi todos eran regiomontanos y algunos habían pertenecido a la AJEF.
[12] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Operación Diamante]. Vol. 70, Exp. 215, F. 34.
[13] Las armas decomisadas eran: dos carabinas M-1, una M-2, dos rifles calibre .22, siete pistolas (dos para prácticas de tiro), una veintena de cargadores y más de cuarenta cajas de cartuchos de diversos calibres (como en otros casos, no se reportó todo el material bélico que había, como las pistolas Browning). Entre los objetos requisados, había también: máquinas de escribir electrónicas, dos refrigeradores, un equipo de radio, una amplificadora y una secadora para fotos, dos generadores y dos aparatos para probar voltaje, fotocopiadoras, instrumental quirúrgico, centenares de cajas de medicinas, cámaras fotográficas, credenciales falsas del PRI y del SNTE, licencias de conducir, pasaportes, cartillas del Servicio Militar, una treintena de placas de automóviles, libros, mapas, carpetas con apuntes de la organización, comunicados de las FLN, actas de “matrimonio revolucionario” y fotografías de la selva lacandona. AGN, DFS, Fuerzas de Liberación Nacional, 14-II-74, Exp. 11-212-74, L-2, H-63-65 y Exp. 11-212-74, L-3, H-56-59. Cabe observar que el reporte de la DFS fue elaborado el mismo 14 de febrero. Quienes lo redactaron también insistieron en que los guerrilleros habían comenzado a disparar, como una forma de justificar ante sus superiores por qué los habían matado en lugar de apresarlos. AGN, DFS, Fuerzas de Liberación Nacional, 14-II-74, Exp. 11-212-74, L-2, H-63-65.
[14] Estas imágenes no cuentan con una clasificación pública en el fondo DFS del AGN. Pude conocerlas por casualidad, gracias a un maestro que formaba parte del Comité Ciudadano de la FEMOSPP. De acuerdo con la información periodística, el agente del MP, titular de la mesa XXI de la PGR, Roberto Durán Cruces, dio la orden al Dr. Miguel Gilbón Maitret, director del Servicio Médico Forense (SEMEFO), de practicar las autopsias y remitir los dictámenes con carácter de “muy urgente”. Las dos mujeres y un hombre presentaban nueve orificios de bala (cada uno), otro seis y uno más había recibido un solo tiro en la cabeza. “Cinco presuntos asaltantes del tren muertos por policías y soldados”, Diario del Sur, Tapachula, Chis., 16 de febrero de 1974, p. 2. Un reportero que posteriormente buscó los certificados de las necropsias en el SEMEFO, aseguró que toda la documentación del caso había desaparecido. Julio Villarreal, “Graves irregularidades en el proceso del ‘Hermano Pedro’”, La prensa, México, 12 de noviembre de 1976, p. 23.
[15] Todos los periódicos se limitaron a reproducir el boletín de la PGR y las fotografías de los diecisiete detenidos del grupo. “Hallan las madrigueras de ‘el hermano Pedro’”, La Prensa, México, 21 de febrero de 1974, p. 12-13.
[16] Visité el Panteón Civil de Dolores el 14 de febrero de 2005 y, con la ayuda de los empleados del archivo, descubrí que del registro mensual correspondiente, había sido arrancada la foja del 15 de febrero de 1974. Sin embargo, el archivo conserva un registro anual paralelo denominado “burro”, en el que se asentó que en el lote 53 habían sido enterrados cinco desconocidos (tres hombres y dos mujeres). Pude conversar también con sepultureros que trabajan ahí desde hace décadas. Sus recuerdos son muy vagos y se confunden, pues probablemente hubo otras ocasiones en que los militares entraron al panteón a realizar entierros clandestinos. El lote 53 no existe ya, desapareció con el terremoto de 1985.
[17] Es probable que las autoridades militares hubiera ordenado desaparecer a algunas de sus propias bajas para no hacer visible su vulnerabilidad ante la guerrilla. En su lógica, los cadáveres cubiertos de balas podían ser usados como una propaganda negativa para el ejército si se les entregaban a sus familias. En el apartado V se abordará este asunto.
[18] Entrevista de la autora con Antonio Ponce Custodio, 2 de enero de 2004, Tuxtla Gutiérrez, Chis. La familia Ponce también fue objeto del espionaje militar, pues se pensó que podían tener alguna relación con los guerrilleros establecidos en “El Chilar”. Cabe señalar que la familia ignoraba por completo las actividades de Carmen, pues aunque alguna vez Doña Soledad Custodio recibió una carta de su hija en la que le pedía perdón por haberle mentido respecto a que se había ido a España, no imaginaba que en realidad se hubiera metido a la guerrilla.
[19] Entrevista de la autora con Enrique Zárate Mota, 15 de enero de 2005, Jalapa, Ver. El arquitecto me mostró el acta de defunción de Alfredo, en la que consta que el 15 de febrero de 1974 a las 15:10 horas el abogado Renato Ojeda compareció ante el oficial del registro civil, Jorge Galicia Sánchez exhibiendo un certificado médico firmado por el doctor Pascual Acuña en el que constaba el fallecimiento de “1 adulto hombre desconocido”. No se especificaron las generales del finado, ni el lugar, día y hora del fallecimiento y, como causa del mismo, se registró: “conjunto de lesiones”. En el lugar de la inhumación se asentó el inexistente lote D del panteón Dolores.
[20] AGN, DFS, Estado de Veracruz, 20-VII-74, Exp. 11-212-74, L-14, H-236. Quien elaboró el parte observó que el cadáver había sido “exhumado prematuramente”.
[21] La familia de Dení se enteró de la noticia el 20 de febrero, pero los agentes de la DFS se dedicaron a vigilar a sus padres y a su hermana de forma persistente a partir del día 15. José Alberto Castro, “La más dura tragedia del dramaturgo Carlos Prieto fue la que vivió: su hija Dení, guerrillera del FLN, murió en Nepantla en 1974”, Proceso, 978, 31 de julio de 1995, México, versión electrónica.
[22] Entrevista de la autora con Luis Prieto Reyes, 20 de octubre de 2003, Ciudad de México. El periodista Raúl Prieto (alias Nikito Nipongo, quien no tiene ningún parentesco con la familia de la joven guerrillera), aseguró en un artículo que Carlos Prieto le había dicho que las autoridades le enseñaron un acta de defunción que asentaba que una “adulta desconocida” había sido enterrada en el Panteón Dolores e indicaba el número de fosa. Uno de los sepultureros también recordaba que personas “con tipo de extranjeros” iban a poner flores a esa parte del lote 53 (muy característica por su posición en declive, su aislamiento y lejanía de las entradas). Luis Prieto, sin embargo, cree que los padres de Dení ignoraban el lugar donde había sido enterrada su hija. Cuando inquirí por la manera en que había ubicado exactamente el lugar del sepulcro, me informó que la administración del panteón había mandado un oficio en el que exponían que si la familia no iba a sacar los restos, éstos se desecharían. Sin embargo, la administración no tenía forma de saber a qué familia pertenecían éstos, ya que todos fueron ingresados como “adultos desconocidos”. Sin duda, algunas piezas siguen haciendo falta en esta embrollada historia. Sobre las distintas versiones, véase: José Alberto Castro, “El historiador Luis Prieto recuerda a su sobrina Dení y reprueba de Retes su visión simplista”, Proceso, no. 1221, 27 de marzo de 2000, versión electrónica en CD.
[1] Para una reconstrucción de este episodio, véase José Luis Moreno Borbolla, “Los rieles de la ofensiva”, Filo y causas, México, no. 1, año I, julio de 2004, p. 45-50. Moreno está seguro que la emboscada fue a las 19:00 horas, aunque la policía registró que el acontecimiento se había producido a las 22:00 horas. Xalostoc está a dos horas de Nepantla. Cfr. AGN, DIPS, Estado de México, 14-II-74, Vol. 2680.
[2] AGN, DFS, Estado de Nuevo León, 13-II-74, doc. cit. H-55.
[3] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Operación Nepantla, 16 de febrero de 1974], Vol. 70, Exp. 215. F. 21 y 39. Tanto si el ataque a la escolta militar del tren se produjo a las 19:00 horas o si fue a las 22:00, es un hecho que Porras fue informado del acontecimiento antes de su salida del CM1 o por radio, en el trayecto a Nepantla, pues al término del operativo los militares le dijeron a los lugareños que buscaban a unos “maleantes del grupo 23 de septiembre”.
[4] Benavides, “La época”, art. cit. En la versión registrada por el Tte. Cor. Pérez Arceo, fueron los guerrilleros los que empezaron a disparar y “en ningún momento pidieron los delincuentes tregua, dispararon hasta que pudieron hacerlo, incluso las mujeres”. Por la lejanía de la casa respecto a la entrada de la granja, esto era prácticamente imposible, pues los guerrilleros no llevaban armas de alto poder, éstas quedaron fuera de su alcance cuando comenzó el sorpresivo ataque. Además, la principal razón por la que no podían disparar era para no revelar su ubicación. Otro dato importante es que los jóvenes principiantes apenas el 12 de febrero habían empezado a tomar lecciones de balística y a realizar prácticas de puntería con pistolas de diábolos.
[5] Entrevista de la autora con Ana María Jiménez y Miguel Romero, 26 de octubre de 2006, Nepantla, Edomex.
[6] Entrevista de la autora con Gloria Benavides, 17 de diciembre de 2003, México, DF.
[7] “Nepantla: un lustro”, Nepantla, no. 1, año 1, 14 de febrero de 1979, p. 2.
[8] Ibid. p. 3.
[9] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Operación Nepantla, 16 de febrero de 1974], Vol. 70, Exp. 215, f. 40.
[10] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Boletín de prensa de la PGR, 20-II-74], Vol. 70, Exp. 215, Fs. 15-20.
[11] No se sabe si los expedientes de candidatos a pertenecer a las FLN y colaboradores fueron descubiertos en su totalidad. En el fondo DIPS se localizan doce de ellos y en el de la DFS están reservados, sin clasificación conocida. Todas esas personas sin duda debieron ser detenidas para interrogatorio, aunque se ignora qué ocurrió con ellas. De los casos conocidos, casi todos eran regiomontanos y algunos habían pertenecido a la AJEF.
[12] AGN, SEDENA, [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional. Operación Diamante]. Vol. 70, Exp. 215, F. 34.
[13] Las armas decomisadas eran: dos carabinas M-1, una M-2, dos rifles calibre .22, siete pistolas (dos para prácticas de tiro), una veintena de cargadores y más de cuarenta cajas de cartuchos de diversos calibres (como en otros casos, no se reportó todo el material bélico que había, como las pistolas Browning). Entre los objetos requisados, había también: máquinas de escribir electrónicas, dos refrigeradores, un equipo de radio, una amplificadora y una secadora para fotos, dos generadores y dos aparatos para probar voltaje, fotocopiadoras, instrumental quirúrgico, centenares de cajas de medicinas, cámaras fotográficas, credenciales falsas del PRI y del SNTE, licencias de conducir, pasaportes, cartillas del Servicio Militar, una treintena de placas de automóviles, libros, mapas, carpetas con apuntes de la organización, comunicados de las FLN, actas de “matrimonio revolucionario” y fotografías de la selva lacandona. AGN, DFS, Fuerzas de Liberación Nacional, 14-II-74, Exp. 11-212-74, L-2, H-63-65 y Exp. 11-212-74, L-3, H-56-59. Cabe observar que el reporte de la DFS fue elaborado el mismo 14 de febrero. Quienes lo redactaron también insistieron en que los guerrilleros habían comenzado a disparar, como una forma de justificar ante sus superiores por qué los habían matado en lugar de apresarlos. AGN, DFS, Fuerzas de Liberación Nacional, 14-II-74, Exp. 11-212-74, L-2, H-63-65.
[14] Estas imágenes no cuentan con una clasificación pública en el fondo DFS del AGN. Pude conocerlas por casualidad, gracias a un maestro que formaba parte del Comité Ciudadano de la FEMOSPP. De acuerdo con la información periodística, el agente del MP, titular de la mesa XXI de la PGR, Roberto Durán Cruces, dio la orden al Dr. Miguel Gilbón Maitret, director del Servicio Médico Forense (SEMEFO), de practicar las autopsias y remitir los dictámenes con carácter de “muy urgente”. Las dos mujeres y un hombre presentaban nueve orificios de bala (cada uno), otro seis y uno más había recibido un solo tiro en la cabeza. “Cinco presuntos asaltantes del tren muertos por policías y soldados”, Diario del Sur, Tapachula, Chis., 16 de febrero de 1974, p. 2. Un reportero que posteriormente buscó los certificados de las necropsias en el SEMEFO, aseguró que toda la documentación del caso había desaparecido. Julio Villarreal, “Graves irregularidades en el proceso del ‘Hermano Pedro’”, La prensa, México, 12 de noviembre de 1976, p. 23.
[15] Todos los periódicos se limitaron a reproducir el boletín de la PGR y las fotografías de los diecisiete detenidos del grupo. “Hallan las madrigueras de ‘el hermano Pedro’”, La Prensa, México, 21 de febrero de 1974, p. 12-13.
[16] Visité el Panteón Civil de Dolores el 14 de febrero de 2005 y, con la ayuda de los empleados del archivo, descubrí que del registro mensual correspondiente, había sido arrancada la foja del 15 de febrero de 1974. Sin embargo, el archivo conserva un registro anual paralelo denominado “burro”, en el que se asentó que en el lote 53 habían sido enterrados cinco desconocidos (tres hombres y dos mujeres). Pude conversar también con sepultureros que trabajan ahí desde hace décadas. Sus recuerdos son muy vagos y se confunden, pues probablemente hubo otras ocasiones en que los militares entraron al panteón a realizar entierros clandestinos. El lote 53 no existe ya, desapareció con el terremoto de 1985.
[17] Es probable que las autoridades militares hubiera ordenado desaparecer a algunas de sus propias bajas para no hacer visible su vulnerabilidad ante la guerrilla. En su lógica, los cadáveres cubiertos de balas podían ser usados como una propaganda negativa para el ejército si se les entregaban a sus familias. En el apartado V se abordará este asunto.
[18] Entrevista de la autora con Antonio Ponce Custodio, 2 de enero de 2004, Tuxtla Gutiérrez, Chis. La familia Ponce también fue objeto del espionaje militar, pues se pensó que podían tener alguna relación con los guerrilleros establecidos en “El Chilar”. Cabe señalar que la familia ignoraba por completo las actividades de Carmen, pues aunque alguna vez Doña Soledad Custodio recibió una carta de su hija en la que le pedía perdón por haberle mentido respecto a que se había ido a España, no imaginaba que en realidad se hubiera metido a la guerrilla.
[19] Entrevista de la autora con Enrique Zárate Mota, 15 de enero de 2005, Jalapa, Ver. El arquitecto me mostró el acta de defunción de Alfredo, en la que consta que el 15 de febrero de 1974 a las 15:10 horas el abogado Renato Ojeda compareció ante el oficial del registro civil, Jorge Galicia Sánchez exhibiendo un certificado médico firmado por el doctor Pascual Acuña en el que constaba el fallecimiento de “1 adulto hombre desconocido”. No se especificaron las generales del finado, ni el lugar, día y hora del fallecimiento y, como causa del mismo, se registró: “conjunto de lesiones”. En el lugar de la inhumación se asentó el inexistente lote D del panteón Dolores.
[20] AGN, DFS, Estado de Veracruz, 20-VII-74, Exp. 11-212-74, L-14, H-236. Quien elaboró el parte observó que el cadáver había sido “exhumado prematuramente”.
[21] La familia de Dení se enteró de la noticia el 20 de febrero, pero los agentes de la DFS se dedicaron a vigilar a sus padres y a su hermana de forma persistente a partir del día 15. José Alberto Castro, “La más dura tragedia del dramaturgo Carlos Prieto fue la que vivió: su hija Dení, guerrillera del FLN, murió en Nepantla en 1974”, Proceso, 978, 31 de julio de 1995, México, versión electrónica.
[22] Entrevista de la autora con Luis Prieto Reyes, 20 de octubre de 2003, Ciudad de México. El periodista Raúl Prieto (alias Nikito Nipongo, quien no tiene ningún parentesco con la familia de la joven guerrillera), aseguró en un artículo que Carlos Prieto le había dicho que las autoridades le enseñaron un acta de defunción que asentaba que una “adulta desconocida” había sido enterrada en el Panteón Dolores e indicaba el número de fosa. Uno de los sepultureros también recordaba que personas “con tipo de extranjeros” iban a poner flores a esa parte del lote 53 (muy característica por su posición en declive, su aislamiento y lejanía de las entradas). Luis Prieto, sin embargo, cree que los padres de Dení ignoraban el lugar donde había sido enterrada su hija. Cuando inquirí por la manera en que había ubicado exactamente el lugar del sepulcro, me informó que la administración del panteón había mandado un oficio en el que exponían que si la familia no iba a sacar los restos, éstos se desecharían. Sin embargo, la administración no tenía forma de saber a qué familia pertenecían éstos, ya que todos fueron ingresados como “adultos desconocidos”. Sin duda, algunas piezas siguen haciendo falta en esta embrollada historia. Sobre las distintas versiones, véase: José Alberto Castro, “El historiador Luis Prieto recuerda a su sobrina Dení y reprueba de Retes su visión simplista”, Proceso, no. 1221, 27 de marzo de 2000, versión electrónica en CD.