Conocí a Minerva Armendáriz Ponce en el 2003, al llegar a la ciudad Chihuahua, después de haber viajado más de veinte horas desde la Ciudad de México en un autobús, como parte de una caravana que se uniría a las conmemoraciones del asalto al cuartel Madera el 23 de septiembre. En Chihuahua nos recibieron con ollas gigantes de discada y frijoles charros. Recuerdo que Minerva era una de las personas que más diligentemente nos daba la bienvenida a los viajeros. Su pequeña estatura y el no usar maquillaje la hacían parecer mucho más joven de lo que era, pero en las pláticas que había escuchado, me había enterado que había sido presa política, que su hermano había sido un guerrillero asesinado en 1968 y que había perdido a un hijo hacía cinco años. Minerva proyectaba una serenidad que hacía difícil imaginar que hubiera pasado por tanto. Derramaba bondad y afabilidad, no había en ella ningún dejo de amargura, resentimiento o enojo con la vida. Minerva se mostró contenta por el hecho de que tanta gente hubiera llegado para participar en el aniversario de Madera y recordó los tiempos en que sólo un puñado de familiares iba al panteón a ponerle flores a los guerrilleros caídos en 1965.
Volví a encontrarme con Minerva en un evento sobre mujeres guerrilleras el 5 de diciembre del 2003. Ella se sentó a mi lado y pudimos conversar un poco. En aquellos meses yo acababa de cambiar mi tema de tesis, había abandonado al Partido Comunista Mexicano y había empezado a estudiar a las Fuerzas de Liberación Nacional. Iba a todos los eventos relacionados con la guerra sucia, mesas redondas, conferencias, encuentros de exmilitantes y de familiares, etc. Eso no fue bien visto por algunos, que circularon el rumor malicioso de que yo podría ser una infiltrada de la policía. El rumor me indignaba, aunque apenas alcanzaba a intuir el nivel de daño emocional de la comunidad de sobrevivientes de la guerra sucia y a comprender sus sobrereacciones de desconfianza o franca paranoia. Algo que agradecí a Minerva es que, en aquel encuentro de mujeres, me hubiera interrogado directamente para forjarse una opinión sobre mí. Me preguntó cuál era mi interés por estudiar la guerra sucia. Le dije que el pasado viaje a Madera había tenido un hondo efecto en mí, que al ver la tumba de Arturo Gámiz, asesinado a la edad que yo tenía (24 años) me había hecho replantearme mi propia utilidad social en este mundo. Quería rescatar la memoria sofocada de aquellos jóvenes cuyo heroísmo había sido tergiversado, silenciado o negado. A Minerva le brillaron los ojos y una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Nos mirábamos frente a frente, sin ninguna posibilidad de filtro. Su mirada era penetrante y escrutadora, pero sólo así podía convencerse de la sinceridad de sus interlocutores. En otro encuentro de familiares y víctimas de la guerra sucia en 2005, me preguntó por mis orígenes familiares. Cuando supo que había crecido sin saber quién era mi padre, me dijo: "ah, has pasado tu vida buscando a alguien, por eso proyectas tu búsqueda en los desaparecidos." Fue como un golpe seco y una revelación. Nunca se me había ocurrido conectar ambas cosas, mucho menos asumir que estaba haciendo una "transferencia." Minerva no tenía la intención de incomodarme, ella era así, siempre buscaba explicaciones lógicas a la conducta de sus semejantes y, una vez que las encontraba, podía ser profundamente empática. Después entendí que ese entrenamiento para leer a los otros había sido parte crucial de su estrategia de sobrevivencia.
Madera me jalaba como un imán, regresé ahí en 2004 y 2007. No me atraía sólo por ser el símbolo del comienzo de la lucha armada socialista mexicana o por su lejanía con mis referentes histórico-políticos conocidos. A la distancia, creo que lo que más me llamaba la atención es que una historia tan impactante y con tantas consecuencias hubiera estado oculta por tantos años y que una comunidad que quedó despedazada por el terror estatal no hubiera tenido ningún apoyo ni reconocimiento social, mucho menos justicia. La recuperación de la memoria de Madera fue obra de Carlos Montemayor, de los sobrevivientes del Grupo Popular Guerrillero y los familiares de los caídos en combate, agrupados en el colectivo "Primeros Vientos." Ese tránsito del silencio represivo a la enunciación pública fue fundamental pero no fue suficiente para traerle justicia a las víctimas. Yo quería saber todo lo que fuera posible sobre la guerra sucia para definir cómo podía ayudar a esta comunidad de sobrevivientes a lograr una justicia tan anhelada y pospuesta.
Minerva fue de las pocas que entendió sin explicárselo que mis intenciones eran ajenas a la búsqueda de un beneficio individual. Gente como ella me hacía recordar la frase: "entre gitanos no nos leemos la mano." Por ello, el trato entre nosotras siempre fue cordial y, me atrevería a decir, casi familiar. Minerva nos abrió las puertas de su casa a un grupo de compañeras para que hiciéramos escala en nuestro camino a Madera en 2004 y 2007. Recuerdo que tenía un perrito chihuahueño
minúsculo y tembloroso, al que no le hacía ninguna gracia nuestra presencia y no
paraba de ladrarnos; su imagen contrastaba con la calidez y hospitalidad de la anfitriona. En esas visitas pude conocer más a fondo a Minerva. En una ocasión nos llevó al restaurante del que era dueña y su esposo nos preparó pescado sarandeado. A Minerva le gustaba mucho contar anécdotas de diferentes momentos de su vida. Después de haber escuchado relatos demoledores, su historia de amor con el cubano, al que había conocida en aquella isla caribeña en los noventa, resultaba un alivio. El tema que por lo general dominaba la conversación era el de su hijo Carlos David. A Minerva le emocionaba compartirnos los recuerdos de él, como una madre orgullosa de haber tenido al hijo más extraordinario. Incluso, nos leyó fragmentos de un libro que estaba escribiendo sobre su caso. A pesar de las circunstancias tan dolorosas en que lo perdió, hablaba de él con una mezcla rara de nostalgia, luto y alegría. En esas conversaciones terminé de entender que la vida de Minerva había rebasado cualquier estándar de normalidad y debía ser leída en el plano de lo excepcional. Sé que hay muchas mujeres que han pasado por cosas terribles, pero por su vida y legado, Minerva puede ser considerada prima inter pares. Sus alas eran más largas y de colores más brillantes; aunque estaban rotas, se mantenían planeando como si estuvieran intactas.
No volví a ver a Minerva después del 26 de septiembre de 2007. En 2008 terminé mi tesis de licenciatura después de cinco años de investigación ininterrumpida, tortuosa, con enormes dificultades financieras y personales. El ritmo de mi vida me fue alejando de las redes de amistad y compañerismo que había tejido durante esos años y me concentré en mis estudios. Seguía teniendo noticias de Minerva por nuestros conocidos en común y por los correos esporádicos que enviaba a sus contactos. Supe cuando tuvo cáncer y se fue a tratar a Cuba. También me enteré cuando falleció su mamá en 2012. Finalmente, me llegó la noticia de que la mujer fortísima, solidaria, risueña, consecuente, que hacía honor a su nombre de diosa romana, falleció de cáncer el 9 de abril del 2013, un mes antes de cumplir 56 años. No pude ir a su funeral en Chihuahua, pero nunca he dejado de lamentar su pérdida. Hubiera deseado darle un último adiós, afectuoso y agradecido y decirle que su historia personal había resonado en mi cabeza todos esos años.
Verla morir de sed junto a la fuente por primera vez
No recuerdo en qué momento de 2003 o 2004 conseguí el libro testimonial de
Minerva, "Morir de sed junto a la fuente." Había oído hablar de él a
varias personas, así que lo leí con mucha curiosidad. La escritura de
Minerva tenía la característica de hacer sentir al lector empático como si
hubiera caído una granada cerca de él y hubiera estado lo
suficientemente lejos para no sentir la explosión en carne propia, pero lo suficientemente cerca para recibir el impacto de las esquirlas. Su narración contenía capas de dolor acumulado, que al retirarse una a una, producían
enormes desgarros. Los episodios que describe Minerva deben ser entendidos a partir de dos ejes. Por un lado, el de la familia tradicional que construye apegos muy fuertes, donde cada miembro se siente responsable por los demás, a diferencia de una familia desarticulada, donde cada quien actúa con total independencia o distancia respecto a los otros. El segundo eje es el político. La familia de Minerva cultivó valores éticos y políticos de izquierda, en un lugar y un momento donde ser comunista era casi una sentencia de muerte (Chihuahua, la guerra fría, los sesenta). No se podía ser de izquierda sin enfrentar la posibilidad de "encierro, entierro o destierro."
La historia política de Minerva empieza con la muerte en combate de su hermano Carlos David el 23 de agosto de 1968. El joven de 17 años era miembro del Grupo Popular Guerrillero "Arturo Gámiz" liderado por Oscar González Eguiarte y murió en la Sierra Tarahumara defendiendo la retirada de sus compañeros, cuando el ejército les dio alcance. Tras una caminata asombrosamente prolongada, los guerrilleros maltrechos, hambrientos y extenuados (Oscar además iba herido y con gangrena) llegaron hasta las inmediaciones de Tesopaco, Sonora, donde fueron capturados y fusilados. El efecto devastador de la pérdida de Carlos definió el futuro de Minerva. En lugar de cerrar el episodio con candado, a sus 12 años la adolescente se propuso continuar la obra de su hermano a través de lecturas y de un paulatino involucramiento político, primero en organizaciones abiertas y, a partir de los 16 años, como militante clandestina del Movimiento de Acción Revolucionaria. En este primer volumen Minerva deja de lado su historia para darle relieve a la biografía de su hermano y a la breve pero intensa actividad del GPGAG. De hecho, su libro fue el primero que intentó reconstruir la ruta de escape de los guerrilleros desde la Alta Sierra Tarahumara hasta Tesopaco. Algo que aprendí con los años es que, a pesar de que la gente en el norte es muy directa y honesta, no hay dos personas que recuerden igual lo que pasó con los llamados "fusilados de Tesopaco." Las versiones son múltiples y contradictorias y Minerva trató de darle forma a algo de ese caos de voces discordantes. Yo había visitado dos veces el lugar donde ocurrieron las ejecuciones en las caravanas por la memoria de 2003 y 2007, pero lo que escuchaba decir a los locales no hacía del todo sentido en mi cabeza. Todavía no lo hace, le faltan muchas piezas al rompecabezas.
Verla morir de sed junto a la fuente por segunda vez
El 11 de septiembre de 2018 tuve la oportunidad de participar en la conmemoración del 50 aniversario del fusilamiento de los guerrilleros del GPGAG en Tesopaco. Fue un evento que reunió, por primera vez, a todas las familias de los caídos, con excepción de la de Arturo Borboa. Se inauguró un mausoleo de estilo sobrio pero a la altura de los homenajeados; se leyó una reconstrucción de los hechos realizada por la familia Scobell Gaytán; hubo un acto de reconocimiento a los locales que se solidarizaron con los jóvenes perseguidos, se hizo la lectura dramatizada de un cuento infantil inspirado en la caída de José Luiz Guzmán Villa; hubo música en vivo a cargo de Nacho Cárdenas y al final una comida colectiva. En general, puedo decir que todos los que entendíamos de qué se trataba todo aquello derramamos muchas lágrimas aquel día. Ganamos esta batalla por la memoria. Los guerrilleros no serán recordados como terroristas, maleantes, gavilleros, alborotadores... no. Se le restituyó la dignidad a su memoria y su lucha. Fueron nombrados hijos dilectos de Tesopaco. Lamenté que Minerva no estuviera ahí para verlo. Ella fue la gran presente ausente. Ese día estuvo a la venta su libro publicado post mortem "Morir de sed junto a la fuente, 30 años después" y pude adquirirlo.
En fechas recientes leí este testimonio. Los temas no me resultaron nuevos, pues ella nos había contado la historia de su hijo a detalle y nos había leído algunos párrafos del borrador. Quizá lo único que no esperaba era el tono tan sombrío de la obra. A pesar de la valoración que la autora hace de su hijo, como una vida que llegó a este mundo para dar grandes lecciones a sus familiares y amigos, no había ahí nada en su relato de lo que uno pudiera agarrarse para no dejarse invadir por el pesar, ninguna luz ni esperanza. Describe Minerva, al enterarse que su hijo Carlos David se había dado un balazo en la frente el 4 de junio de 1998: "...el silencio y la oscuridad total me cubrieron para no abandonarme jamás." Esa sensación priva en cada línea, a pesar de los intentos de la autora por darle cabida a los momentos bellos y buenos, que los hubo.
Si el duelo extremo por el primer Carlos David había definido las elecciones de vida por Minerva, lo que pasó a raíz de su propia detención en octubre de 1973 había quedado fuera de su control. Fue capturada con uno o dos días de embarazo. Fue interrogada en Chihuahua y después en la Ciudad de México. El cigoto de Carlos David empezó a crecer dentro de un cuerpo torturado con toques eléctricos, sometido al terror psicológico constante y a toda clase de humillaciones y vejaciones. Minerva estuvo desaparecida por un par de semanas hasta que la presión del movimiento popular logró su presentación y posterior excarcelación. El hecho de que tuviera 16 años apenas fue impedimento para aminorar la brutalidad de sus captores. Sin minimizar un ápice lo que ella vivió, se sabe que con otras mujeres la sevicia de los represores fue absoluta. Les brincaban en el estómago para hacerlas abortar o las violaban multitudinariamente, por turnos, y cuando se embarazaban, las llevaban a abortar en condiciones deplorables. La misoginia siempre juega un papel preponderante en la represión política. Minerva se salvó de esos tormentos, pero no pudo proteger a su hijo del trauma prenatal. Ni siquiera sabía que estaba embarazada. En la época en que Minerva empezó a investigar para escribir su testimonio se sabía poco sobre el trauma prenatal y el trauma intergeneracional de origen genético. Carlos David combinó ambos en su persona. Nació con un transtorno bipolar afectivo atípico, aunque esto es casi una especulación, pues a decir de Minerva nunca tuvo un diagnóstico 100% certero.
Volví a sentir las esquirlas de las palabras de Minerva sobre mi piel. El dolor cotidiano y abrasante de Carlos David, su perseverancia por conseguir un grado académico, su sensibilidad suprema, su necesidad de ayudar a los demás, su inteligencia de superdotado, sus poemas, nada, nada me podía ser indiferente de la más joven de las víctimas de la guerra sucia mexicana. Carlos era una célula y ya era víctima! Además, el padre biológico de Carlos David, José Luis Martínez Pérez, había sido un guerrillero del MAR asesinado el 9 de abril de 1979. Por ese lado también hubo mucho trauma. El MAR fue una organización perseguida ferozmente por el Estado, con decenas de torturados, presos y asesinados. Desearía que al fin las víctimas de la guerra sucia fueran tomadas en cuenta, que alguien investigara el caso de Carlos David, de cómo le afectó ser hijo de Minerva y José Luis, sobrino de Carlos David, llevar el nombre de éste. Sobre todo, quiero saber exactamente quiénes lo torturaron cuando era apenas un conjunto de células indefensas en el vientre de una chica de 16 años detenida-desaparecida. Carlos David se suicidó a los 24 años, un día después de haber sufrido en carne propia una golpiza a manos de la policía y de ver cómo era golpeado su padre adoptivo. La tortura y el abuso de autoridad marcaron los límites de su vida, de principio a fin.
La obra de Minerva es clave para entender los efectos de la violencia en varias generaciones. Es un llamado a no pasar desapercibidos estos temas. Hay gente que sufre muchísimo, como su hijo, sin poder encontrar una explicación lógica a su dolor. En la medida en que entendamos mejor los traumas prenatales e intergeneracionales, nos obligaremos a invertir más tiempo en buscar su sanación. La preguna central será cómo poner fin a la violencia que nos ha perseguido desde hace tantas décadas y se resiste a dejarnos ir.
No quiero dejar de señalar que me sorprendió que en su testimonio Minerva omitiera decir que la muchacha con problemas de adicción que Carlos David conoció en el psiquiátrico de San Fernando, cuyo caso lo impactó tanto, era Natasha Fuentes Lemus. Minerva era discreta y respetuosa de la privacidad de los demás, jamás hubiera pasado por su mente hacer uso de esa información para llamar la atención o despertar interés en su libro. A mí me lo contó en privado, pero sólo me lo dijo porque para ese entonces Natasha ya había muerto (en 2005 fue encontrada sin vida en el barrio de Tepito, en la Ciudad de México, probablemente por un problema ocasionado por las drogas). Al igual que Carlos, Natasha no tenía un diagnóstico clínico claro, más allá de su adicción a la heroína. Sirvan estas líneas para hacerle justicia a su memoria, pues el silencio en torno a su persona, a pesar de ser hija de un escritor muy reconocido, obedece a una estigmatización e incomprensión generalizada hacia los farmacodependientes. A fin de cuentas, los individuos aislados no existen, todos somos producto de nuestro entorno, de nuestro pasado, de nuestros traumas colectivos, personales e intergeneracionales y no nos queda más que trabajar en ello. Natasha, que injusta ha sido la sociedad contigo y con todos los que han vivido y muerto como tú! No sé si merezcamos su perdón.
Quisiera poderle decir a Minerva que agradezco que, aún después de muerta, nos siga dando lecciones. Creo que le daría un enorme gusto saber que ahora investigo al Grupo Popular Guerrillero "Arturo Gámiz" y al Comando Guerrillero "Oscar González Eguiarte." Sin ella y sin otros "rescatadores" del pasado, esto hubiera sido impensable. Les deseo, a Minerva y a sus Carlos David toda la luz y toda la paz, aun si esto sólo es posible en la memoria de quienes los conocieron.