Cuando escucho a alguna persona que comenzó a estudiar el Movimiento Armado Socialista Mexicano (MASM) en la década pasada, catalogarse a sí misma como pionera del tema, además de arrancarme una sonrisa, considero que no hizo el trabajo básico de revisión historiográfica, lo cual se agrava por la circunstancia de que, en efecto, había muy pocos trabajos académicos o analíticos al respecto. El año pasado y el actual han muerto varios de los verdaderos pioneros, como Marco Bellingeri, Juan Fernando Reyes Peláez, Alberto López Limón y Mauricio Laguna Berber. Es por ello que, a vuelo de pájaro, quisiera mencionar a los primeros autores que trascendieron el testimonio o la crónica para adentrarse al análisis sociohistórico del MASM y de la llamada guerra sucia.
Uno de los primeros esfuerzos organizativos de compilación documental, análisis y divulgación sobre el tema fue el llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Históricas de los Movimientos Armados (CIHMA), fundado en 1992 por un grupo de exguerrilleros que habían pertenecido a diferentes organizaciones armadas. Fruto de esa labor fue la revista Para romper el silencio, así como la constitución de un archivo notable con materiales diversos: comunicados, revistas, periódicos, entrevistas, fotografías, testimonios, etc. Algunos miembros del CIHMA escribieron algunos relatos testimoniales, pero fue Juan Fernando Reyes Peláez el primero que se propuso elaborar una visión de conjunto sobre todos los grupos armados. En el año 2000 escribió su ensayo: Introducción a la historia de la guerrilla en México, 1943-1983, sobre el que volvió una y otra vez para corregirlo y aumentarlo. Oficialmente, hubo dos ediciones de este trabajo: una de 2003 y otra de 2019.
Entre los exguerrilleros, algunos escribieron obras de carácter testimonial o literario, pero fue la obra de Carlos Montemayor la que marcó un antes y un después en el tema, entre finales de la década de los noventa y principios del siglo XXI. Algunos exguerrilleros también se desmarcaron de la esfera testimonial para describir la historia de sus organizaciones y hacer el balance de sus acciones. Tal fue el caso de las obras: En las profundidades del MAR, de Fernando Pineda Ochoa (2003), La negación del número, de Salvador Castañeda (2006) y Héroes y fantasmas de Benjamín Palacios Hernández (2009). Por su parte, el exguerrillero Alberto Guillermo López Limón entre 1994 y 2010 produjo sus tres tesis sobre la historia de las organizaciones político-militares mexicanas, las cuales abarcaban desde el jaramillismo hasta el año 1980.
Algunos familiares de víctimas de la guerra sucia también convirtieron al MASM en su objeto de estudio. En 1997, Mauricio Abraham Laguna Berber se tituló con el trabajo La prensa clandestina en México. Caso del periódico Madera, 1973-1981. En 1999, Leticia Carrasco Gutiérrez, hermana de un desaparecido de la Liga Comunista 23 de Septiembre, escribió su tesis La guerrilla en México, 1970-1976. El caso de Guadalajara: La Liga Comunista 23 de Septiembre. En 1998 salió a la luz la obra de Andrea Radilla, hija del desaparecido político atoyaquense Rosendo Radilla, titulada Poderes, saberes y sabores. Una historia de resistencia de los cafeticultores. Atoyac, 1940-1974. En 2004, Alejandro Peñaloza, hijo del guerrillero desaparecido Felipe Peñaloza, dio a conocer su tesis titulada: La lucha de la esperanza. Historia del Movimiento de Acción Revolucionaria (1965-1971).
El investigador Sergio Aguayo Quezada no tenía parentesco alguno con los protagonistas del MASM, no obstante, conoció a algunos de ellos porque en su juventud vivió en el barrio de San Andrés en Guadalajara, Jalisco. Ahí nació su interés por el tema, como lo revela en su obra seminal La Charola: una historia de los servicios de inteligencia en México (2001). El autor no sólo rastreó la historia de las agencias de seguridad nacional, sino que también utilizó su acceso exclusivo a los archivos del CISEN para buscar información sobre episodios relacionados con la pandilla de los Vikingos y el salto del Frente Estudiantil Revolucionario a la lucha armada.
Un caso similar es el del historiador y consejero político Gabriel Santos Villarreal; no fue exguerrillero ni familiar, pero por su cercanía con los padres jesuitas que
fomentaban la teología de la liberación, conoció en su juventud a algunos activistas de
Monterrey, N.L. que terminaron militando en la Liga Comunista 23 de
Septiembre, como Ignacio Olivares Torres e Ignacio Salas Obregón. De ahí que se hubiera propuesto escribir sobre esos temas. En 2005, coordinó la
obra: Historia de la guerrilla en México. Fuentes orales y artísticas,
que reunía ensayos diversos sobre el MASM, la literatura testimonial y
la contrainsurgencia. Gabriel Santos también recopiló un archivo
considerable al respecto, sin embargo, falleció en 2010 sin poder
concluir su obra.
A partir de 2003, el espectro se amplió de forma considerable, pues empezaron a aparecer obras escritas por investigadores y periodistas que ya no tenían ninguna conexión directa, personal o emocional, con el MASM o la guerra sucia. Entre ellos, cabe mencionar a los académicos Marco Bellingeri, Andrés Rubio Zaldívar, José Luis Sierra Guzmán, Claudia Rangel, Evangelina Sánchez y Verónica Oikión. Esta última fue, junto con Marta Eugenia García, compiladora de la obra en tres volúmenes Movimientos armados en México en el siglo XX (2006), la cual incluyó textos tanto de exguerrilleros como de investigadores que recién incursionaban en el el estudio del socialismo armado.
En 2007 se publicaron cuatro obras sobre el MASM: la crónica periodística de Laura Castellanos, México Armado; el ensayo libre de Fritz Glockner, Memoria Roja, el ensayo histórico de Enrique Condés, Represión y rebelión en México (el primer volumen de cinco) y la crónica de Ignacio Lagarda El color de las amapas, sobre la actividad de la Liga Comunista 23 de Septiembre en la Sierra Baja Tarahumara. El interés de Glockner por el tema se derivaba de su parentesco con el guerrillero ajusticiado Napoleón Glockner, mientras que Condés había pertenecido al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y había pasado cinco años recluido en la Penitenciaría de Lecumberri. En el ámbito periodístico, Castellanos fue la primera en escribir sobre el conjunto de las organizaciones armadas de 1940 a principios de los ochenta. Por su parte, la motivación de Lagarda partió del hecho de haber sido testigo indirecto de la actividad guerrillera en su pueblo natal, San Bernardo, Álamos, Sonora, entre 1974 y 1975.
A este corpus de obras le sucedió el trabajo de una nueva generación que ya no tenía prácticamente ninguna conexión con la guerra fría, pues eran niños o adolescentes cuando ésta concluyó. Sergio Arturo Sánchez Parra y Rafael Santos Cenobio en Sinaloa, Jesús Zamora García, Rodolfo Gamiño Muñoz y Fortino Domínguez en Jalisco y Cristina Tamariz, Carlos Rentería y la de la voz en Ciudad de México, fuimos algunos de los primeros tesistas que nos aproximamos con ojos nuevos a las hemerotecas, los archivos recién desclasificados de la SEGOB y la SEDENA y la fuente oral, con miras al rescate de la historia del MASM. Nuestros trabajos fueron producidos en la primera década del siglo XX. De ahí en lo sucesivo se vinieron como cascada múltiples investigaciones, al punto de que ya puede hablarse de la consolidación historiográfica de la guerra sucia como un periodo en la historia de México que ya no podrá ser omitido ni borrado, nunca más.
Como podrá advertirse en esta somera revisión, no hubo un pionero exclusivo, sino que la historiografía del MASM y la guerra sucia se ha desarrollado en círculos concéntricos, partiendo de los protagonistas y sobrevivientes hacia los contemporáneos de esa época, hasta llegar a los profesionistas que ya no tienen ninguna relación con el periodo. Debe reconocerse que todos estos grupos o generaciones enfrentaron enormes riesgos y dificultades en su quehacer. Al menos hasta la primera década del siglo XX, las investigaciones sobre las organizaciones armadas clandestinas y la guerra sucia no eran bien recibidas en la academia, por el contrario, se les miraba con desconfianza, temor y escepticismo respecto a su relevancia y valor social. Algunos tuvieron que publicar sus obras en ediciones marginales, imposibles de conseguir. Otros más sufrimos hostigamiento, chantajes y presiones para no dar a conocer los resultados de nuestras pesquisas. Son cosas que espero que la posteridad recuerde, porque la inversión intelectual y emocional para romper las gruesas capas de silencio con las que el Estado mexicano envolvió esos temas, fue inmensa. Desde ese lugar de la memoria, hago un sincero reconocimiento a Juan Fernando Reyes Peláez y Alberto López Limón, pues pese a que tuvimos grandes diferencias metodológicas e interpretativas, soy testigo y doy fe del tesón y la entrega incondicional con la que recuperaron la historia de los revolucionarios de la Guerra Fría mexicana. Descansen en paz.
Juan Fernando Reyes Peláez en una de sus últimas
intervenciones públicas, 23 de septiembre, 2021.